Miguel, mi pequeño sobrino de cinco años, dormía
plácidamente en su cama quizá soñando con chuches.
Se había quedado bajo mi cuidado por corto
tiempo, dos días, pues su madre, mi hermana, debía presentarse a un examen para el puesto de cirujana máxilofacial, y no se lo podía llevar
con ella, ya que se realizaba en Madrid, y nosotros vivíamos en Toledo.
Mi jefa, Sofía del Álamo, puso cara de
pocos amigos cuando le pedí aquellos dos días de permiso- Me los cogeré de las
vacaciones, no es por capricho, es para
atender a mi sobrino-.
-
Está
bien-respondió con acritud. – Me debes una-.
Cuando sonó el despertador le levanté de la
cama y le bañé, después a desayunar, y
luego con tranquilidad al colegio pues
no tardábamos ni quince minutos. Mientras andábamos por la
calle le iba contando cosas de cuando su madre, y yo, éramos pequeñas y de la
clase de golosinas que nos gustaban, él se
reía con ganas, es un niño muy risueño y cariñoso con todo el mundo
Pasé recogerle a las cinco, que es cuando salen los más pequeños
Se lo pasó en grande subiendo y bajando por
el tobogán.
Cerca
de las seis y medía sonó mi teléfono móvil, era Sofía.
- Lo siento pero tienes que subir
rápidamente a la oficina , Carlos Gonsalves , nuestro mejor cliente , le está
pidiendo a Nuria que le pase un extracto
de las cuentas que tiene en Nueva York , y como eres muy ordenada , no las
encontramos.-
Miré a mi sobrino, no podía llevarlo conmigo,
a la bruja de la directora de Campus S.L., nunca le han gustado los niños.
Mire a mí alrededor, al fondo, como siempre
se encontraba la vendedora de palomitas. Me acerqué hasta ella llevando de la
mano a Miguel.
-¿Podría cuidar de él? No tardaré mucho,
debo subir a mi oficina que está casi a la vuelta de la esquina, no puedo
llevar al pequeño -.
- Tranquila señorita. ¿Cómo te llamas guapo?-,
le preguntó mientras le ofrecía una bolsa de palomitas. Mi sobrino le sonrió
mientras contestaba a su pregunta,- Miguel.-
- ¡Que nombre tan bonito!-, luego se dirigió
a mí. – Marche tranquila, ya ve que el pequeño se queda contento a mi lado -, y
me alejé.
Los dichosos extractos no aparecían por
ningún lado, a pesar de haber puesto patas arriba todos mis archivos. Estaba desesperado
y agobiado por los continuos reproches de toda la plantilla, menos mal que solo
éramos siete. Al final aparecieron metidos en el pentdrive de Alejandro, quien
se disculpó por no acordarse de que me los había pedido para tomar unos datos y
ponerlos al día.
Cuando miré el reloj me asombré, ¡habían
trascurrido dos horas desde que dejé a mi sobrino al cuidado de la vendedora de
palomitas!
Al llegar al parque ninguno de los dos
estaban allí. Pregunté, pero nadie les había visto. Recordé donde me dijo que
vivía .Rápidamente recorrí las calles saltándome
más de un semáforo con peligro de que me atropellasen.
Respiré cuando localicé el portal que buscaba,
apreté el timbre del portero automático, pero la voz que contestó no era la de
la vieja.
- Lo siento ya le digo que aquí no vive
ninguna vendedora de palomitas, y tenemos este piso desde hace cuatro años -.
Casi con lágrimas en los ojos llamé a
cuatro timbres al azar, en todos la misma contestación,
nadie conocía a la vendedora.
En aquel momento del portal salía una señora de avanzada edad.
- Disculpe. ¿Puedo hacerle una pregunta?-.
- Por supuesto -.
-
Estoy intentando localizar a la vendedora de palomitas del parque y nadie parece conocerla -.
- No me extraña. Paz murió
en el incendio de su piso, intentando salvar a Alfonso su único hijo, un chaval de ocho años, de eso
ya hace ya una década. Pero lo más extraño es que el cadáver de ella, nunca
apareció -. Me la quedé mirando pues no
daba crédito a lo que escuchaba.
-¡Eso no puede ser posible! Todos los días
vende palomitas dulces con muchos
colores, en el parque -.
- Créame que lo siento, pero es verdad lo que le he contado -.
De pronto
noté como si me hubiesen puesto un
lastre en el cuerpo. Regresé al parque a sentarme en el banco cerca del
lugar donde colocaba el puesto de golosinas.
Bajé los ojos y algo relució en el suelo cerca de unas
hojas de árbol. Me acerqué. ¡Era el soldadito de plomo que le regalé el último
cumpleaños! Me gustaba mirar su chaqueta
roja, sus pantalones azules con rayas del mismo color que la chaqueta, sus
lustrosos zapatos negros, su mosquetón y su negro gorro. Parecía que me
miraba con ojos tristes, como si se hubiese dado cuenta de mi desesperación, y
así pasó otra hora… al final me dirigí a la comisaría más cercana, donde conté
a los agentes lo ocurrido.
-Lo que no entiendo es su tardanza en venir
a denunciar la desaparición del
pequeño-. Me preguntó Víctor Erezuma, inspector de policía.
- Porque creí que lo iba a encontrar-.
El regreso de mi hermana llenó más, aún si cabe,
de dolor mi corazón. No hubo reproches por su parte, parecía aceptar lo que
había ocurrido.
Cuando la policía comenzó la investigación
lo hizo interrogando a los vecinos, a las personas que acompañaban a los
pequeños al parque, nadie había visto a la vendedora de palomitas.
Luego llegó el turno a los compañeros de la
empresa donde trabajo. Dijeron que les había comentado que había dejado al niño
con una vendedora de palomitas en el parque, pero que ellos tampoco conocían a
la desconocida vendedora.
Había cogido la baja, no podía aguantar sus
miradas inquisitorias. Veía día tras día, como poco a poco, yo, aparecía como
culpable de la desaparición de mi sobrino, incluso la relación con mi
hermana iba desgastándose, pero… una
sorpresa me aguardaba.
Ocurrió que.- Lidia, te llaman por teléfono-.
-¿Quién es, pregunté?-.
- No me lo ha dicho.- y se metió en la
cocina cerrando la puerta.
Cogí aire -¿Si?-
- Lidia soy Juanjo Lainez, el director
comercial de la franquicia
de Zaragoza. Me acabo de enterar por Gonzalo, de la desaparición de su sobrino.
He estado en Canadá estas últimas
semanas ultimando un pedido, y la verdad que no había recibido ningún mail en
el que se me informaba de este lamentable suceso. ¿Cuando ocurrió?-
- La misma tarde que usted estuvo en nuestra oficina. O sea dos días
antes de que usted viajara a Canadá.-
- Creo recordar que la última vez que le
vi al pequeño, estaba en el parque con
una señora un tanto pintoresca, pues llevaba en la cabeza un pañuelo de vivos colores. Le saludé y él
contestó a mi saludo todo contento-.
Mis oraciones habían sido escuchadas. Al
día siguiente Juanjo Lainez hablaba con la policía.
-
Con mucho gusto daré información sobre el
rostro de la vendedora, así como la
altura y como vestía. Verán que coincide con lo que Lidia les haya podido contar de ella -. El inspector no dijo
nada, como siempre había creído que yo había sido la verdadera culpable de la
desaparición del niño, ni se había tomado la molestia de hacer un retrato
robot. En cuanto a Juanjo Lainez salió por la puerta de la comisaría descolgó el teléfono, marcó un
número - ¡Rápido necesito que venga lo antes posible Lidia Semper! Es para que nos haga un retrato robot
de la dichosa vieja-.
Tal y como esperaba, el
retrato robot era el mismo que el que se había realizado con las
indicaciones de Lainez.
-
Bien distribuyan la foto en todos los comercios para que la
pongan en lugar visible. Ahora solo
falta esperar a que alguien diga que la conoce o por lo menos que la ha visto
-.
A penas trascurrieron 24 horas cuando en comisaría se
recibieron cientos de llamadas asegurando que conocían a la vendedora de
palomitas, desechando aquellas que no eran creíbles.
Entre las que iban a investigar, se encontraba una madre que había creído que a su hijo le
había querido secuestrar una mujer
vestida de una manera muy pobre, casi desaliñada.
-
Sí estoy segura que es ella. Hasta hace
pocas semanas ha estado merodeando por el vecindario, pero lo mismo que apareció…desapareció, y no se le
ha vuelto a ver -.
Cuando los inspectores regresaron a comisaría para dar el informe, a uno de ellos se le ocurrió un a
brillante idea.- Jefe. Creo que deberíamos conseguir una fotografía del hijo de
Paz, la que se supone que es la vendedora de palomitas, quizá pueda arrojar luz
a este caso-.
Cuando la fotografía estuvo en sus manos.- ¡Es increíble el gran
parecido que guardan los dos pequeños, uno al que intentó raptar, y el que
presumiblemente ha raptado!-.
El inspector jefe contestó.- Debemos hablar con la señora que
le dio la información a Lidia de la muerte del pequeño, quizá recuerde más
cosas -.
Todos estuvieron de acuerdo y
así a la mañana siguiente se personaron en casa de Eulalia Martínez.
-
Claro que recuerdo cosas de la familia. El
padre era un borracho empedernido, que solía pegar al muchacho y a la madre, pero lo que el destino, no
estaba en casa el día del incendio. Ya que todos creíamos, que había sido cosa
del padre, pero este tenía una coartada-, aquellas palabras las dijo en tono
muy bajo como si pensase que a parte de
los policías, alguien más podría estar escuchándola.
Eulalia prosiguió
contando los lugares que a madre e hijo
les gusta ir de paseo. La hamburguesería
donde solían merendar, el cine
donde después de salir del colegio, acudían a pasar un rato divertido viendo a
Jumbo y sus enormes orejas. Y otros
detalles más.
-
Bien tenemos unos lugares en concreto que tenemos que vigilar.
Raúl usted y Jacinto se pasearán por los jardines y lugares de esparcimiento
de los niños. En cuanto a Diego quiero que vigile la hamburguesería. Y por ultimo
Ramón y Marcos estarán apostados, sin
ser vistos en la entrada del cine. Roguemos
para que salga de su cueva y podamos cogerla-.
Transcurrieron un par de
semanas y la vigilancia no había dado sus frutos. Ocurrió que una tarde, Ramón
y Marcos… bueno mejor será que sean
ellos mismos que se lo cuenten.
-
Estábamos apostados en la entrada del cine,
llovía y los paraguas impedían que pudiésemos ver con claridad la cara de la
gente-, comentaba Marcos.
-
Pero de pronto -, prosiguió Ramón -. Nos
fijamos en una señora que llevaba un cochecito de niño, el cual no era para el tamaño del
pequeño que iba dentro, ya que asomaba los pies , calzaba unos zapatos
muy sucios -.
-
La vimos acercarse de la taquilla y pedir
dos entradas. Pero la taquillera le dijo que el pequeño podía entrar gratis, ya
que iba en cochecito. Y así pasó, madre e hijo entraron en el cine -.
-
Sí, pero a mí no me cuadraba lo que habíamos
visto-, dijo Marcos.- Así que compré una entrada y me dispuse a colocarme cerca
de la madre y su cochecito. Mi asombro fue grande al observar que el niño estaba en brazos de la mujer, no se trataba de un bebé sino de un muchacho de más edad. Así que llamé
por el móvil a mi compañero y los dos nos acercamos hasta la mujer. Al vernos
se sorprendió pero no le dio tiempo a tapar al niño, era el sobrino de Lidia -.
Ramón terminó el relato.- Nos las vimos deseamos
para que soltase al muchacho, con el revuelo las luces se encendieron y tuvimos
que enseñar nuestras placas. En cuanto abandonamos el cine, la calma volvió a
la sala -.
El inspector Víctor Erezuma hablaba con sus muchachos.-
Todo resuelto. Así que nuestra mujer quiso librarse de su marido incendiando la
casa , olvidándose que ese día su hijo regresaba pronto del colegio , y su
marido , como todos los miércoles , estaba jugando la partida con los
compañeros de juergas-.
Jacinto sentado en su despacho hablaba por teléfono
Jacinto sentado en su despacho hablaba por teléfono
- No me extraña que desapareciera al darse cuenta que lo que había hecho -.
Ahora Paz está encarcelada,
nunca volverá a vender palomitas de muchos y sabores colores, a intentar raptar a chicos
que se parecieran a su hijo, y a pagar un crimen que sin querer, por el hecho
de la venganza, había hecho que su hijo al que amaba hasta la locura, muriese
abrasado por su culpa.
Ahora mi hermana y to , disfrutamos de los llantos, de las risas y de la locuras
de este loco bajito llamado Miguel