A este sentimiento desconocido, que lo mismo me daba tedio, o dulzura ,me obsesionaba, por lo que no dudé en darle el nombre, el venenoso y grave nombre de tristeza. Es un
sentimiento tan total, tan egoísta, que casi me produce vergüenza, cuando la
tristeza siempre me ha parecido hermosa. No le conocía, pero se colaba por los poros de mi piel dejándome hastío , pesar,
más raramente remordimiento. Hoy, algo me envuelve como una seda,
inquietante y dulce, separándome de los demás.
Convulsionada por estas sensaciones, trato de
pasear protegida por los gigantescos plátanos silvestres que bordean el paseo, y que apenas dejan traspasar los débiles rayos
del sol en aquel irritante invierno, que, saturado de días brumosos, hunde mi
alma en un constante desasosiego.
La incapacidad en la que la tristeza me tiene imbuida,
llena mi alma y mi cuerpo sometiéndome a un constante peregrinar entre el yo
y el ego de los psicólogos Por lo que me
transformaba, en un ser casi irreal que
podía infiltrarse a través de las puertas, sin tocar la materia con la que estaban hechas.
Buscaba desesperadamente huir del abatimiento,
encontrar la propia identidad perdida al comienzo de la pubertad, con la que
jugué sin proponérmelo, y casi sin ser consciente de lo que con ello hacía.
Mis ojos fugitivos ante tanto deseo de consuelo,
eran incapaces de continuar reconociendo otras cosas que no fuesen la tristeza.
Evitando con ello percibir la sonrisa
entre una pareja entregada al juego,
siempre nuevo del amor.
O de observar como un globo de brillante color
rojo, como de sangre, surcaba en el
cielo a donde dirigía su sed de libertad,
desconociendo que aquella libertad llegaría a su fin, dependiendo del helio que llenaba su roja panza,
y que una vez huido de su prisión de goma,
terminaría por salir propulsándolo hasta
el infinito, perdiéndose en el más total
de los anonimatos, tal y como hacemos los seres humanos con la esperanza.
Ahora más que nunca, la compañera que fue asignada
en este viaje ( la tristeza), estaba a mi lado en cada parada, en cada espera
de aquel
desigual trayecto.
Ella, con palabras llenas de belleza, me proponía
que olvidase algo que me pertenecía por
derecho propio desde que llegué a este planeta azul . Los llantos. Los susurros. Los suspiros. La ronquera de
una voz quebrada por la ansiedad. La sutileza de las lágrimas. La ansiedad y el
perdón.
Buen contertulio el que me ha sido otorgado en este sorteo, en el que pocos se libran de jugar, pues nadie pide
nuestra opinión al respecto.
Y así, en este recorrer las estaciones de la vida
entre suspiro y suspiro, me va llenando de tal manera el espíritu, que ya no tengo hueco para otro sentimiento que no sea mi tristeza.
Ella se afana en desviar mi atención, en hacerme
creer que es el elixir del alma desconsolada. Sin embargo es el veneno que acaba con todo para
sumirme en un pozo difícil de subir, una
vez tocado fondo.
Por el contrario, debo admitir que la quiero, y me
sonroja aceptarlo. Que llena poco a poco mis ojos de suaves ríos de
lágrimas llenos de vehementes quejas.
Sí, te quiero tristeza, te amo amada mía, porque
sin ti nunca podría ser, cervatillo en la sabana, pájaro cantor en los bosques,
lluvia caída del cielo, lucero de la mañana, luna de brillante luz, porque
aunque nadie quiera o desee admitir que tu presencia está aquí, siempre
demuestras lo contrario.
Bienvenida tristeza