Era una tarde en Navia, ya desde la mañana el día apareció azul
con gran claridad. Los pescadores se encontraban de muy buen humor porque había
sido un gran día de pesca para los que
volvían y prometía serlo para los que empezaban la jornada.
La flota que ahora salía, estaba compuesta de diez barcas de seis
remos, y cuando el sol ya se iba ocultando, se echaron a la mar. Sin necesidad
de alejarse mucho de la costa, puesto que todavía no había subido la marea,
lanzaron las redes, con la sorpresa de una gran captura cada vez que las
lanzaban.
Tan impresionados estaban, que no se dieron cuenta que se
estaba formando una gran tormenta justo encima de ellos. Cuando los relámpagos
empezaron a deslumbrar, los pescadores salieron de su letargo, y planearon
volver al puerto.
No pudieron hacer gran cosa, pues la tormenta era cada ve más grande, las olas inmensas y ellos apenas
podían avanzar. Cuando casi llegaban a puerto, las olas les hacían retroceder y
así se tiraron casi toda la noche. La situación cada vez era más insostenible,
cuando a uno de ellos se le ocurrió rezar a la Virgen y todos le siguieron
esperando un milagro.
Ya estaban resignados, cuando de pronto una de las barcas que
estaba en peores condiciones, sintió un golpe como si se hubiera encallado en
una roca, pero en lugar de resquebrajarse la barca, se inició una gran calma y
con la luz de los relámpagos vieron que la última ola los había dejado en una
roca, que la barca no tenía nada roto y que a un lado de ella estaba la imagen
de una Virgen con el niño en brazos. La amarraron y con mayor fe que nunca se
pusieron a rezarla y a darle las gracias.
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