Pocas o
casi ninguna, de las ciudades españolas, se libran de no celebrar los famosos
carnavales, y Madrid , no era menos.
Así que
hablaremos del que celebró en el año 1753, pues en él, cuenta una leyenda,
ocurrió algo muy singular
Por
aquellos días, un joven y apuesto diplomático alemán , había viajado a Madrid
para tomar cargo de su puesto en la capital.
Asistía
perplejo a todo lo que ocurría en el entorno del Madrid de los Austrias, sus
costumbres, sus gentes… sus fiestas, entre ellas estaban las de carnaval.
Como
apenas había tenido tiempo de tener más de una o más de dos amistades, pues su
tiempo no se lo permitía, pensó que los carnavales pasarían sin pena ni gloria, por su vida. Sin embargo se
equivocó.
-
Señor.
¿ Os gustaría acompañarnos a mi esposo y a mí , a una fiesta que celebramos con
motivo de los carnavales?-. Y él aceptó.
En plena
fiesta, nuestro amigo, el pelirrojo alemán , se siente desplazado, hasta que
una mujer, que tapa parte de su níveo rostro con un antifaz de encaje negro,
vestida de blanco , del mismo color , que el de su vestido que lleva , llama su
atención .
Ella al
darse cuenta se le acerca, y pronto , el diplomático se siente a gusto con la
joven desconocida , que no para de hablar de cosas entretenidas.
-
Pero
no todo va a ser hablar y bailar. Os invito a que me acompañéis, a pasear por
sus calles , que no estarán vacías , pues la gente la llenan-. Él duda, pero al
final acepta
Ambos
atraviesan la calle Arenal, la Puerta
del Sol , y la de Alcalá para llegar hasta la
Iglesia de San José, donde la joven le invita a entrar.
-¡ Señora!.¡ A estas horas!. No lo considero
oportuno. Y Menos cómo vamos vestidos-.
- Os prometo que nadie os llamará la
atención, pes los que están dentro de la iglesia, ni se dará cuenta de nuestra
presencia-.
Cuando
entraron en el templo, el diplomático alemán , observó que apenas iluminaban el
recinto, algunas velas, y que cerca del altar, estaba un catafalco cerrado,
sobre él descansaba un ataúd .
-
No
sé lo que pretendéis. A buen seguro que a estas personas, nuestra presencia
podría desagradar. Lo mejor será que nos marchemos-.
Ella muy
bajito , casi en un suspiró le contestó.
-
No
puedo irme. Mi sitio está en esa caja , donde … mañana me van a enterrar-, acto
seguido desapareció por entre unas columnas del templo
Nuestro
hombre ni se lo pensó, huyendo como alma que lleva el diablo.
Una vez
en su casa, y acostado en la cama, no podía conciliar el sueño.
Cuando
se despertó se propuso visitar la iglesia para cerciorarse, de que todo había
sido una pesadilla.
Una vez
llegado hasta ella, observó que junto a un sacerdote, varias personas enlutadas
se cerraban en torno a un ataúd.
Decidido
a llegar hasta el final, el diplomático se sitúa en la cola, de los que daban
el último adiós a la persona fallecida. Pero cuando sus ojos se posaron en el féretro,
la sangre se le heló en el cuerpo…. La fallecida resultó ser la misma joven con
la había estado la noche anterior. Entre sus dedos , una blanca rosa se marchitaba
Recogida
información en
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