Debo contar
una triste historia, unos dicen que fue real, y otros que una leyenda. Fuese
como fuese, la historia tiene que ser relatada.
En 1810,
una familia de campesinos vivían en un aislado caserío, en las faldas de un monte,
cuidaban del ganado que tenían , y criaban a dos hermosas niñas Izaro y Edurne, la primera de 13 años , era
morena de pelo ensortijado y corto, y la segunda de 6 añitos, rubia y pelo
largo.
La
pequeña solía acompañar a su madre cuando bajaba al pueblo a vender la leche de
las dos vacas que habían comprado, o el queso de oveja , que elaboraba ,su
madre, con la leche de las cuatro ovejas, que , su marido, Oier había aportado en la dote.
Este amaba a su esposa, Garbikunde, y por supuesto a sus dos hijas, a
las que educaba en el amor y en el respeto a los demás (seres humanos,
naturaleza o animales).
Todo
parecía seguir la rutina diaria, hasta que un buen día, Oier enfermó, y la vida
de la familia sufrió un cambio radical.
Garbikunde
tendría que cuidar de su esposo, de las pequeñas, de la casa, y de ordeñar las
dos vacas, que pastaban en un pequeño prado, cercano a la vivienda. A Izaro le correspondió
cuidar de su hermana pequeña y de llevar las ovejas a un prado que Asier, uno
del pueblo, les había alquilado, eso sí, un poco alejado del caserío.
Sobre
las ocho de la mañana, Izaro y Edurne se despedían de su madre, en un pequeño hatillo
llevaban manzanas, pan blanco y queso.
- Como siempre estar hasta las cinco.
No es prudente regresar a casa más tarde. -
A
Izaro, se le había ocurrido la brillante idea de que a Edurne, su madre, le
cosiera un pequeño cascabel en la falda, de ese modo, pronto sabría por dónde
andaba, si en un descuido, la pequeña se alejaba.
Siempre
que regresaban, traían a su madre un pequeño ramo de flores, que cambiaban,
según la estación del año, correspondiendo a la primavera, las de más colorido,
y en esa estación se hallaban.
Una mañana,
sobre las doce del mediodía. - Edurne no te muevas de aquí, a ihintz ( rocío , la humedad que se condensa )
, no la veo, voy a buscarla -, e Izaro se alejó dejando sola a pequeña.
Una
suave brisa movía las hojas de los árboles, y unos diminutos seres alados se
perseguían entre sí , riendo y gritando se internaron en la espesura , Edurne
los siguió .
Cuando
Izaro regresó y no vio a su hermana, rompió a llorar. La buscó por donde pudo,
pero la pequeña no aparecía.
- ¡Edurne, Edurne. ¿Dónde estás? -.
Solo el eco respondía a su llamada.
Estaba
a punto de abandonar la búsqueda cuando la pequeña apareció. - ¡Qué susto me
has dado! ¡No lo vuelvas a hacer nunca más! -
Ninguna
de la dos, dijeron nada en casa, ambas se evitarían sendas reprimendas y sus
correspondientes castigos.
Dos
días después del incidente, cuando todo el mundo dormía, encima de la cama de
la pequeña, aparecieron aquellos seres alados a los que siguió hacia el bosque,
sin que nadie se percatase de ello.
Por
la mañana Garbikunde fue a despertar a
sus hijas. Al ir a vestir a Edurne, se asombró al ver, que el cascabel que ella
le había cosida a la falda, era de ¡oro!
Por
más que preguntaron a la pequeña, ella
no contestó, se limitó a sonreír.
La
primavera pasó, y pasó el verano, y llegó el otoño y Oier se recuperó, así que
todo volvió a ser como antes, bueno, como antes no, pues las escapadas de
Edurne continuaban. Ahora ya tenía 7 años, y ocultaba en una cajita cerca de la
tenada, los objetos con los que regresaba a casa.
Sin
que nadie sospechase, una terrible desgracia se avecinaba. Todo ocurrió cuando
el otoño se marchaba. Como siempre la madre fue a despertar a sus hijas, Edurne
no estaba en su cama.
- ¡Oier, Oier! Edurne no está en su cama!
-.
Acompañados
por Izaro, comenzaron la búsqueda. Miraron por los alrededores del prado…nada.
Miraron en otros prados… nada.
- ¡Mirar lo que he encontrado! -, Izaro
enseñaba a sus padres, la cinta del pelo que llevaba su hermana, estaba cerca
del bosque.
Se
adentraron en la espesura, al rato, un lazo del vestido, y un poco más tarde el
otro lazo les llevó hasta el río que corría entre rocas, lugar prohibido para
sus hijas.
En la
orilla estaba el vestido y los zapatos de la pequeña, pero ni rastro de ella.
-
Siento
deciros que no hemos encontrado ni huella que nos pueda indicar por donde
anduvo, o si se metió en el río-, sentenció el policía. - Con la corriente que lleva,
su cuerpo puede estar en cualquier lugar, así y todo, procederemos a rastrear
ambas orillas -. Todo fue inútil.
Ya
van para tres años de la desaparición de Edurne, y la tristeza no abandona el
caserío ni a sus habitantes.
Una
tranquila mañana de primavera una anciana llegó hasta la vivienda. - Buenos
días, mi nombre es Agueda. ¿Puedo hablar con ustedes? -.
Después
de contestar a las preguntas que la desconocida les hizo, esta se levantó y
aspiró el aire. - Busquen una caja azul en la tenada y tráiganmela-, los
esposos se miraron asombrados, pero hicieron lo que la mujer les pedía.
Cuando
regresaron, entregaron la caja azul que Agueda abrió, colocando lo que en su
interior se hallaba, sobre la mesa.
- Un cascabel de oro. Un lazo de oro.
Un broche de diamantes. En total una verdadera fortuna-.
- ¿Y eso a que nos lleva? -.
- A que su hija es ahora una lamia-.
- ¡Está loca! ¡Nuestra hija jamás nos
contó nada, de que veía lamias ni ninfas! -.
- Es que era su secreto, un secreto que
no podía contar a nadie. Creo que es necesario que les relate una historia,
hace años ocurrida en este mismo caserío.
“En
esta casa, hace muchos, muchos años, vivía, un pastor de nombre Unai, que no
tenía familia. Su vida era pura rutina, pastorear, casa, casa, pastorear, hasta
que un día cuando sus ovejas bebían agua en un remanso del río, se le apareció
la mujer más hermosa que jamás había visto, de la que se enamoró perdidamente.
- ¿Te vendrías a mi casa? . Yo cuidaría de ti-.
- Acepto con una condición-.
- ¿Cuál es? -.
- Que nunca me preguntes de dónde vengo o a
donde voy, sea la hora que sea -.
- De acuerdo. Lo acepto-.
Sucedió
que la mujer quedó embarazada y dio a luz a una niña tan rubia y hermosa como
ella, y continuó desapareciendo, aunque esta vez se llevaba a la niña con ella.
- ¡No me importa que tú te marches, pero no te
lleves a mi hija! -, ella no respondió, sus ojos le miraban con odio.
No
pudo dormir en toda la noche pensando cómo y de qué manera, podría huir con la pequeña,
antes tenía que averiguar a donde se la llevaba y con quien andaba. Y así lo
hizo.
Escondiéndose
entre los árboles llegó hasta el río. Lo que sus ojos vieron le horrorizó, su
esposa tenía pies de pato-
- ¡Dios mío es una lamia! Ahora sí que nada me
detendrá para alejar a mi hija de ella -.
Esperó
con paciencia a que surgiera la oportunidad, y esta llegó un día que la lamia
estaba arriba en la colina. Rápido cogió a la pequeña en brazos y corrió tan
rápido como sus piernas se lo permitían, pero la lamia corría, más que correr
volaba.
El
camino hacia el pueblo se le hizo interminable. A punto de darle alcance, las
campanas de la iglesia sonaron llamando al Ángelus, y la lamia se paró
retrocediendo, momento que Unai aprovechó para entrar en la iglesia. Dos días
después, Unai y la pequeña acompañados por el sacerdote, se marcharon, el cura
regresó, pero de ellos nunca más se supo.”
- Aquí se acaba la historia-.
- ¿Quién se la ha contado? -.
- Nadie. Yo soy la hija de Unai. No
conozco a Edurne, pero seguramente, cuando yo tuve sus años, se parecería a mí,
y eso fue el por qué, decidiera llevársela consigo. Si es así, podrán observarla,
sin que ella les vea, las noches de primavera y las cálidas del verano,
peinándose sus largos y rubios cabellos a la luz de la luna, con un peine de oro.
-