Nada es lo que parece, o deja de parecer… cuando se
conoce.
Y digo esto por pura experiencia, la experiencia que da y
admite la vida.
Nací en la costa de Azahar, en un pueblecito de
Castellón, de cuyo nombre, es Bejís, del que sí quiero acordarme, en 1928.
Aún la guerra Civil Española tardaría en explotar, ocho
años más tarde.
En aquella época, las niñas pocas veces podíamos ir a la
escuela, pues antes era un mendrugo de pan, aunque fuese duro, para llevarse a
la boca, que saber escribir y leer. A cambio, recibiríamos otras prebendas… las
de servir en una casa y ganarnos el sustento, no solo es nuestro, también
aportar lo ganado a la familia en la que habíamos nacido, yo en mi caso, fui la
tercera de cinco hermanos, y mi nombre es el de Pilar Prades, que aquello era
lo normal, vamos me refiero a servir en una gran ciudad.
Y la guerra vino, y finalizó. Fueron años duros, de
estrecheces, de pasar hambre y engañarlo a base de altramuces y titos, de pan
negro, pues el blanco era para las personas de mayor poder adquisitivo. De
buscar colillas, por parte de chicos y grandes, para luego vender, lo poco que
se podía extraer, como tabaco picado.
Después llegaron las cartillas de racionamiento, a las
que se las terminó por llamar… los Ciengramitos,” que también vararían, en
consonancia a: nivel social, estado de
salud y el tipo de trabajo del cabeza de familia. Aquella especie de talonario,
estaba formado por varios cupones, en los que constaba la cantidad y el tipo de
mercancía, que a su vez se dividía en dos tipos: una para la carne, y la otra
para lo demás. Cada persona tenía derecho, a la semana a 125 gramos de carne, ¼
de aceite, 250 gramos de pan negro,100 gramos de arroz otros 100 de lentejas
rancias y con inquilinos, un trozo de jabón, y otros artículos de primera
necesidad, entre los que se encontraba …el tabaco. Era extraordinaria la vez,
en la que repartiese, carne, leche, aceite, azúcar o tocino, esos productos
había que comprarlos en el mercado negro o estraperlo.
Con la llegada de la década de los 50, la cosa pareció
que se nivelaba, y dejaba, un poco más lejos, el hambre. Aunque a las niñas, se
nos seguía enviando, a la ciudad a servir, a la temprana edad de 13 años.
Partí hacía Valencia, cuando contaba 12 años de edad. Con
una infancia muy difícil, como la mayoría de los niños criados en los pueblos.
Y con un padre al que le preocupaba más, que no pudiésemos aportar dinero, que
el que no tuviésemos nada para comer.
Con 25 años, me volví desconfiada, y mi físico no me
ayuda a tener la posibilidad de encontrar novio, y menos marido, terminé
amargándome.
Enrique Villanova y Adela Pascual, fue el matrimonio que
tenían un negocio de chacinería, con los que comencé a trabajar cuando tenía 26
años. El trabajo no era muy duro: limpiar y fregar la tienda, y colocar el
producto, mientras que el matrimonio, atendía a los clientes. Se me metió,
entre ceja y ceja, que no era los suficientemente, bien atendida, aunque
descubrí, que mi señora, mi atendía bien, sobre todo cuando tuvo aquella mala
temporada, en los que sufría cólicos hepáticos y yo la atendía. ¿Cómo conseguir
que siempre fuese así??
La idea me vino, sin esperarlo. Alguien, aunque no recuerdo
bien quien fue, leyó en un periódico la noticia de una persona, que envenenaba
a la gente. ¡Sí esa era la solución! Podía utilizar el veneno una vez los
cólicos hubiesen remitido.
Me busqué la vida
para adquirir varios venenos, y así dejar a Adela, en la cama por más tiempo.
Primero pensé en la mata ratas, pero el sabor era tan
fuerte, que ni la mejor comida hubiese enmascarado su sabor, por lo que tu ve
que hacer constantes pruebas que dieron con un final feliz, un insecticida de
una determinada marca <<Dilubión>>, que estaba compuesto a base de
arsénico puro y melaza, componente que le hacía tener cierto dulzor para atraer
a estos insectos, y que se podía echar en la leche, con los postres y con las
infusiones, sin que se notase. Razoné y aprendí a saber cuál era la justa
medida de mantener a la señora, enferma, sin pasarme, y saber que llegaría a
recuperarse.
Posteriores investigaciones, por parte de expertos,
llegaron a una conclusión, que Pilar, depositaba en cada taza, de desayuno, la
mitad de cada tubo, o sea, unos diez centímetros cúbicos de insecticida.
Y llegó el primer
día en lo que lo vertí en un tazón de leche. Adela en la cama, y yo recibiendo
todos los parabienes, era como estar en el cielo.
Y continué y proseguí con el método, hasta que Enrique,
el marido de Adela, viendo que iba a peor, decide llamar a un médico, que, a su
vez, quiere consultar con un especialista.
-
Tiene muchos vómitos y diarreas, se le
hinchan las piernas y en las manos, tiene mancha negras-. Dijo Enrique al
galeno
¡Oh no! Seguro que terminarían por descubrir cuál era la
verdadera razón de aquella “enfermedad”, y no me lo podía permitir. Por lo que
decidí, aquel día, aumentar la dosis. Falleció al llegar la noche.
El médico certificó su muerte, debida a una pancreatitis
hemorrágica, y así quedó.
Siempre quedará la duda de mi marcha del hogar del viudo.
¿Me despidieron? O Quizá, ¿me marché ya que Enrique, no padecía mal alguno? Lo
cierto fue, que, tras el sepelio, yo me erigí como ama y señora de todo. Sin
embargo, eso no le gustó nada a Enrique, quien me despidió días después.
El siguiente trabajo no me duró mucho, pues los dueños de
la casa, a la que entré a trabajar, al creer que Adela había muerto por alguna
enfermedad que yo la pude transmitir, me despidieron.
Solía frecuentar una sala de fiestas, con un nombre muy
iluminado “El farol”, donde hice amistad con otra chica, Aurelia Sanz,
sirvienta como yo.
- - No te preocupes, ya hablaré te ti. Seguro que
encontramos algo-.
Aurelia trabaja, de cocinera en casa de Manuel Berenguer
y de su esposa Carmen Cid, él médico de profesión. Sucedió que necesitaban otra
chica interna, la otra se había marchado, y así conseguí mi trabajo.
Todo iba como la seda, buen sueldo, amabilidad, y los
cuatro hijos del matrimonio, todos menores de edad, no eran difíciles de
manejar, así que no tenía motivo alguno para emplear el antídoto de “no me
tratan bien”
No obstante, el verdadero culpable, el detonante de que
volviese a emplearlo, la tuvo un hombre. Un hombre que eligió a Aurelia aquella
tarde cuando estábamos, ambas, en “El Farol”.
Creo que el principio llegó, cuando a mi amiga, le
afectaron unas fiebres. Momento feliz de “inventar “una nueva enferma.
Aprovechaba, siempre que se presentaba la ocasión, que
era durante las visitas que el novio de Aurelia, venía para estar con ella, para
tontear con él, aquello llevo a mi amiga, a pasar tres meses en cama, y el
médico da un diagnóstico. - Sufre de
polineuritis-, dijo muy ufano el doctor. La misma que padeció Adela
Como Aurelia no mejora, y es el propio doctor Berenguer
quien la atiende, decide consultar a otros colegas, quienes le informas que su
doncella, padece una polineuritis progresiva. Ante la gravedad de la
enfermedad, deciden pedir su hospitalización, en el Hospital Provincial.
Aurelia se irá recuperándose poco a poco, aunque a
consecuencia de las dosis administradas de <<Diluvión>>, presentaba
un caso clínico de atrofia en pies y manos, por lo que, tendría secuelas, e
incluso puede terminar en una silla de ruedas.
Lo que yo pensé, es que ahora que Aurelia está en el
hospital, seguro que sería para mí, una mejora. Nada más lejos de la realidad.
Las regañinas comenzaron, por lo que mi punto de mira fue a parar sobre Carmen.
Y así día tras día hasta que su esposo al observar que empeora, le hace tomar
vitamina sin conseguir que la enferma se recuperase. Hasta que cayó en sus
manos, un libro escrito por el doctor Don Gregorio Marañón, en él se hablaba de
los síntomas provocados con el envenenamiento crónico.
El buen doctor no podría creérselo, cuando localizó los
que sufría su esposa. - Ahora a descubrir quién es el culpable-.
Por desgracia no tardó en descubrirme, pues yo, era la
única persona ajena, ya que Aurelia llevaba con ellos, varios años.
Solicita una prueba de orina de su esposa, y el resultado
es el que él esperaba. Me despide, y entrega a la policía las pruebas del
laboratorio.
Yo por mi parte me marcho a Ruzafa, población de la
provincia de Valencia, escondida en la portería donde trabaja una prima mía. No
duré mucho, pues al día siguiente ya me habían localizado y me detuvieron.
Ya en comisaría, confieso todo lo que hice, y paso a
disposición judicial, por los hechos acontecidos en primer lugar, en el
domicilio de Enrique Villanova y Adela
Pascual( considerado como delito de asesinato), y en segundo lugar en la casa
del doctor Berenguer( considerado como asesinato frustrado), aunque en ambos se
refleja que se añade, a estos, los
agravantes de premeditación y abuso de confianza.
El veredicto es la pena de muerte que sería ejecutada a
garrote vil.
A pesar de que recurro la sentencia, el Tribunal Supremo
desestima mi recurso, y se fija para el 19 de mayo de 1959 mi ejecución, que se
cumplirá en la cárcel de mujeres de Valencia. Seré la última mujer ejecutada en
España.
Una entrevista que hicieron, los periódicos de la época Aurelia
Sanz, de 27 años, inmovilizada en una silla y con las manos agarrotadas e
inservibles, no cesaba de repetir: Tengo que estar sujeta a esta silla, y mis
manos están agarrotadas. ¡Díganme, cómo me puedo ganar la vida! ¿Qué a va a ser
de mí?
Aquella noche me pareció eterna, mis gritos despertaron y
asustaron a muchos de los vecinos próximos a la cárcel, donde yo, a voz en
grito decía. - - ¡No puede ser que me maten! ¡Yo no
he sido tan mala! ¿Verdad que yo no soy mala, que no merezco la muerte? -. -¡¡¡No
quiero morir!!!-. - ¡Soy muy joven! ¡No quiero
que me maten! -.
Otras veces preguntaba, si era posible que se me indultarse,
todo el mundo me contestaba que sí, que eso era lo que ellos esperaban, pero el
tiempo pasa y ninguna noticia del exterior, atravesaba los muros de aquella
prisión.
En otra sala contigua, ya estaba mi verdugo, había dos,
pero quien lo haría sería Antonio López Sierra de Badajoz.
-
Bien Antonio. ¿Ya sabes que es una mujer a la
que tienes que matar? -.
-
- ¡De eso nada! Cuando yo me presenté para
este trabajo, dije que jamás mataría a una mujer. ¡Me niego! -.
Ante tal situación, todo el mundo, incluidas las
Autoridades, trataban de convencer a Antonio para que hiciese su trabajo.
Mientas tanto en mi celda, cada minuto que pasa es como
un prolongado calvario, que nunca parece tener fin.
Alguien le ha dado una botella de coñac, a mi verdugo
para que se emborrache, y puede pasar el mal trago, así todo, tanto a él, como
a mí, nos tiene que empujar y casi arrastrar para llevarnos hasta el lugar de
la ejecución.
Seis minutos después, mi corazón deja de latir. Ahora
para la posteridad, seré conocida como la envenenadora de Valencia, una asesina
más en los anales de la Historia
El garrote, con sus refinamientos, fue instituido porque
el ahorcamiento se consideraba excesivamente cruel, ya que el lapso de tiempo
hasta la muerte era mucho más largo.
El fusilamiento es la forma de aplicación de la pena
capital en que al reo se le mata mediante una descarga de disparos, por un
pelotón de fusileros, que puede ser, que disparen sin atinar un punto vital a
la primera, sería monstruoso.
Matar, siempre matar, es monstruoso, sea por ley o por
otra serie de circunstancias