LA LEYENDA DEL FLYING DUTCHMAN O EL HOLANDÉS VOLADOR




Versión libre

Podéis llamarme como mejor os guste, atiendo a los nombres de “Willem van der Decken”.” Falkenburg”.”  Ramhout van Dam”.” Van Demien” “Van Sraaten”, según mis padres, (los escritores de hablan de mi persona) aunque a mí personalmente me gusta más Vanderdecken
Siempre mi vida ha estado unida con el mar, aunque esta parte, pocos la conocen, tan  pocos, que solo lo habitantes de cierto pueblo… lo saben, los demás hacen conjeturas, más o menos arriesgadas, de, si me lo permitís, equivocarse de una manera estrepitosa.

Nací en un pueblo costero de Holanda, Voledam, a 40 kilómetros de Ámsterdam. Aunque el pueblo no tenga, lo que ahora llamáis, atracciones turísticas, si posee un puerto por donde pasear y lugares donde calmar el frío ante una taza de humeante café, o té, nada comparado con lo que tomaba cuando me enrolé en un barco de carga.

Todas las mañanas cuando la niebla se levantaba y podíamos comenzar con la faena de limpieza y orden dentro del navío, sonaba un golpe seco dado contra un trozo pequeño de hierro cortado y que se sostenía amarrado con una cuerda a la entrada de donde estaba la cocina , eso era el aviso de que nuestro desayuno estaba preparado.

La mesa estaba preparada,  sobre ella, en  pequeños cestos de mimbre, colocadas en desorden estaban las hardtack, que era una especie de galleta elaborada simplemente con harina y agua, muy apreciada por la tripulación pues aguantaba mucho tiempo antes de que pudriese , y es Jack cuchillo largo, el cocinero, se sabía bien su profesión . Después una bebida elaborada a base de ron (3 partes) agua (4 de agua), azúcar, limón, lima y nuez moscada, todo calentito, nos preparaba para continuar con la travesía.

Por las noches antes de acostarnos, Jack cuchillo largo, nos había preparado en un gran recipiente, del que, ayudados por jarras, y todo lo que el cuerpo te permitía tomar, trasegábamos hasta la hora de acostarnos (un poco de ron, una cucharadita de azúcar, jugo de lima, una rama de canela y agua hirviendo que se agrega a todos estos ingredientes).

En aquel barco pasé casi diez años de mi vida. Lo cierto es que cuando tocábamos algún puerto, no desembarcaba y me que quedaba remendando ropa y arreglando calzado, o haciendo cinturones, por lo que a lo que ganaba, sumaba lo que recomponía. Después de esos diez años abandoné el barco, con la sana intención de comprar uno para así ser yo …quien mandase.

Estaba paseando por el muelle en Ámsterdam cuando lo vi, era el barco más hermoso que había visto, y encima se vendía. Le mire y remiré, algo me dijo que estaba hecho para mí. Cuatro meses después, de unos arreglos, partía en él, con una tripulación de cuarenta hombres, cargamento y algunos pasajeros rumbo a Inglaterra, atracando en Southampton.
Dejamos carga, y pasajeros. A la vuelta solo llevábamos carga, vino y paño.

Como os advertí al principio, nunca bajaba a puerto. Cuando solo quedaban dos o tres marineros haciendo guardia para que nadie subiese a bordo sin permiso, mi cabina me parecía el cielo, sin gritos, sin riñas, que, en contadas ocasiones, vieron salir de las fajas de los contendientes el acero de un puñal. Aunque ese día fue diferente. Me arreglé y me puse mi mejor traje, bajé las escalerillas y me perdí por las calles de Southampton para dirigirme a una taberna, la de Green Parrot Tavern (la taberna del loro verde), donde servían rica carne, y una buena cerveza.
Cerca de donde yo me encontraba, había una mesa ocupada por cinco individuos de lo más variopinto, y lo digo pues dos de los cuatro, vestían caros trajes, y los otros dos; uno de ellos vestía un raído traje con algún que otro remiendo. El otro, un gran sombrero tapaba parte de su cara, aunque su ropa fuese de lo más normal.  Pero si me llamó la atención del que lanzaba los dados …sus huesudas manos y una cara macilenta.
    - Presiento señor, que usted está haciendo trampas,- dijo el más mayor y el mejor vestido al de los dados. Levantándose se marchó refunfuñado. Lo mismo hicieron los otros tres. Solo, sonriendo se quedó aquel misterioso personaje.

Estaba dando cuenta de la carne cuando al levantar la vista para coger la jarra de cerveza, me doy cuenta que el de los dados me mira con atención. - ¿No querría su señoría jugar a los dados con este pobre marinero?-
    - Encantado en cuanto termine de comer.-
Y allí estaba, sentado a la mesa del huesudo personaje.
   -  Por vuestros modales,- me dijo. – No sois un  patán, más bien  diría que tenéis un barco en propiedad , y que la vida os trata bien.-
Le miré fijamente. - ¿A dónde queréis llegar?.-
    -  A que os juguéis vuestro barco en la partida, de cuatro tiradas. ¿Supongo que no seréis un cobarde?. - Aquello me indignó.
-   ¡Sea como vos queráis!.¡Acepto!.-
Llevábamos ya tres tiradas y la suerte me acompañaba.- No cantéis antes de tiempo victoria hasta no determinar lo que los dados indiquen.-

Mis manos agarraron el cubilete, lo meneé y arrojé los dados. Sobre la mesa quedaron 1 de 3, 1 de 2 y 2 de 1. Mi antagonista sonrió con malicia y tiró los dados los cuatro eran de 6.
El marinero rompió a reír con una risa que me heló la sangre.- Bien dame lo que has perdido-.
   - ¡Creéis que llevo encima a todos los sitios, la documentación donde dice que el barco es mío!.-
    - Pues entonces id y volver con él. Os estaré esperando-.
Desesperado salí de la taberna rumbo al muelle donde el navío estaba anclado. Pensaba en la manera de no tener que entregarlo a aquel hombre de mar. Él no había tenido que luchar para conseguir los doblones que me costó. Ni lo que hemos vivido juntos entre las olas de un mar encrespado; nieblas y un sol de justicia. ¡ No!. No estaba dispuesto a dárselo.
Llegue al barco. -¿Están todos los hombres?.-
   -  No capitán. Solo faltan …  ¿Son muchos?.
   - Dos solo ,señor.-
    - ¡Entonces nos haremos a la mar!-.
En mi camarote pensaba en la cara que se le pondría al rufián cuando viese que no volvía.
Después cambié de ruta para llevar otra clase de mercancía, a la India, todo con tal de no volver a encontrarme con aquel sujeto.
Los días llegaban y se marchaban, y todo parecía seguir su ritmo. La tripulación estaba contenta, pues el género era más caro y la venta con mejores ganancias.
Tres meses después del incidente, navegamos con un poco de mar arbolada, cuando de repente, una extraña tormenta nos envolvió
  -  ¡Capitán debemos buscar refugio!.-
En una se aquellas negras nubes apareció la figura del huesudo marinero. Su cara era diferente, aunque yo estaba seguro que era él. Una extraña sombra roja le acompañaba
    - Vengo a cobrarme lo que me debes-.
Sentí un  tremendo escalofrío de terror. Aquel era el mismísimo Satanás
- - ¡ Jamás te lo daré, aunque sea lo último que haga!.-


                 - ¡Entonces nunca más podrás recalar en ningún puerto!. Si alguien se acerca a tu barco, solo verá esqueletos, jamás personas. Y huirán al verte. Te condeno a vagar por los mares errante.-
Una enorme ola se levantó y tapó el barco hundiéndolo.
Han pasado muchos años, y la maldición de Satanás nos persigue, siempre errantes.
Emergiendo del fondo del mar para volver a sumergirnos, acompañados de una neblina que no se disipa y con fuegos fatuos en los mástiles, siendo aterradora nuestra presencia para cualquier barco que se ose a navegar por donde navegamos nosotros. Nosotros y nuestro destino de navegar y navegar, sin poder contemplar la costa, ni un simple pueblo de pescadores. 
 
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