Quien más , y quien menos, ha visto películas sobre el tema de la Inquisición, y con ellas, los
suplicios o torturas que sufrían los que era considerados , herejes ,
brujos y brujas. Si no admitían que eran
culpables, las torturas eran cada vez más dolorosa, y si lo admitían, morían en
la hoguera en medio de espantosos gritos pidiendo clemencia.
Pues en la misma época, se puso muy de moda unas pruebas
llamadas ordalías o juicios de Dios, especialmente en la Edad Media Occidental,
en una parte de la Historia, donde imperaba la ley del más fuerte, el más débil
tiene que demostrar su inocencia de una drástica manera…sufriendo.
Por ejemplo, en Occidente, se escogía a alguien, que fuese
corpulento, para que actuase “como padrino” del demandado, pues las pruebas
eran a combate o a duelo.
Para poner a prueba al posible culpable, de que no o si lo era,
en Europa, estaba descartado ingerir venero, quizá fuese la falta de un tóxico apropiado,
a la clase de justicia que se impartía.
Durante el siglo II, en distintos territorios vinculados al
Imperio romano al acusado se le obligaba, ante un altar, a comer cierta
cantidad de pan y de queso. Los jueces que contemplaban “tan terrible martirio”,
creían, que, si el imputado era culpable, unos ángeles enviados por Dios, le
pondrían sus manos alrededor del cuello, de tal manera, que lo que pretendía
comer, fuese más que imposible
Aunque para práctica, la
utilizada para saber si eras o no eras culpable, sosteniendo con las
manos un hierro al rojo vivo. Más si a
la sujeción del hierro al rojo vivo, debería andar sietes pasos, yo no me
preocuparía en examinar las manos del acusado, en busca de pruebas físicas (quemaduras)
pues a fe mía, que las encontraba.
En otras ocasiones se hacía un cambalache, sustituir el
hierro por agua o aceite hirviendo, inclusive por plomo fundido ¡vamos como
para no quemarse! Si la prueba era con “liquido”, se debía introducir la mano
en una olla, para sacar del fondo, un objeto pesado, y nos imaginamos cual era
el resultado, aunque a la persona a la que se le había obligado a tal “experimento”,
sí que conocía el resultado del mismo.
El agua ha sido siempre sinónima, entre otras muchas cosas,
de limpieza, de pureza, casi sacra, pues con ella se bautiza a los niños. Por
ello en Europa se utilizaba como ordalía, para condenar o absolver a los acusados.
La prueba consistía en atar al acusado, de pies y manos, de
tal manera que, ambas extremidades, no
pudiese moverlas. Más tarde era echado al agua, de un río, de un estanque, o
del mar. Si no se hundía, era culpable, todo lo contrario, si lo hacía,
inocente, ya que el jurado consideraba que, si flotaba, ni el mar quería
quedarse con su cuerpo, claro que, en ambos casos, el no, o sí culpable, viajaban
a un mismo destino…ahogarse. Alguien, en el siglo IX, se “apiadó” de
aquellos infelices al ordenar, que se atase con una sola cuerda, a cada uno de
los les iban a ser sometidos a esta prueba, para los que se hundiesen “bebiesen
durante demasiado tiempo”. Aquella recomendación, partió de Hincmaro de Reims,
arzobispo de dicha ciudad.
Estrasburgo (Francia), año 1215, por sus calles, escoltadas
por soldados, caminaban numerosas personas, camino de la hoguera, habían sido
encontradas culpables, después de una ordalía, con hierro candente, cuya prueba
no superaron, a ser quemadas. Empero sucedió un extraño suceso, a uno de los
reos, milagrosamente ¡le desapareció de la mano”, las quemaduras que tenía, por
lo cual fue puesto en libertad, pues Dios había hablado en su favor
En algunos sitios se hacía pasar al acusado caminando con
los pies descalzos sobre rejas de arado generalmente en número impar. Fue el
suplicio impuesto a la madre del rey de Inglaterra Eduardo el Confesor, que
superó la prueba.
En cada siglo, o época, las ordalías ocuparon el lugar de
decidir la vida o la muerte de una o de varias, o de centenares de personas, de
las que se ocupan los sacerdotes, puentes entre los dioses y el hombre. No obstante,
cuando la Iglesia asumió este tema, se dio cuenta que, de un plumazo, no se
podía desarraigar algo, que durante siglos había existido, así que no le quedó
más remedio que hacer pequeñas modificaciones, y poco a poco, para que se
perdiese ese aspecto mágico con el que estaban recubiertas, pues solo existía
una línea muy fina, entre lo mágico y la brujería.
Así que puestos manos a la obra, la ordalía pasó a ser, algo
parecido a una apelación a Dios, con el consiguiente beneplácito de este, sobre
las pruebas o los combates. Mientras que,
por otro lado, los obispos batallaron para humanizar, todo lo que la ordalía,
contuviese de crueldad y arbitrario.
Llegó la segunda mitad del siglo XII, el trono de San Pedro
lo ocupaba , el Papa Alejandro III, que con buen criterio, prohibió los juicios
en los que se empleaba: agua hirviendo, hierro candente, y los “ duelos de
Dios”
Bajo el pontificado de Inocencio III, se llevó a cabo el IV
Concilio de Letrán, que comenzó en 1215 y acabó en 1216, donde se prohibió toda
forma y clase de ordalía “"Nadie
puede bendecir, consagrar una prueba con agua hirviente o fría o con el hierro
candente.». No obstante, los combates prosiguieron.
Y como escrito en papel mojado la orden dada por el pontífice,
la ordalía continuó practicándose durante la Edad Media. Doce años después,
durante la celebración del Concilio de Tréveris, tuvo que renovarse la
prohibición
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