Por chione india Dafne
Su construcción se debía a los propios monjes, que al principio
fueron muchos, los cuales abandonaron sus respetivos trabajos, pues los había
albañiles, gente del campo, gente instruida, arquitectos, hidalgos, e incluso,
un rey destronado, de nombre Didacus, que por no tener no tenía, ni familia,
con lo cual el convento surgió gracias a la cooperación de todos.
Las buenas costumbres, el amor a Dios y a los hombres, la biblioteca,
por desgracia, destinada a los que sabían leer y escribir, los que conocían de
plantas, incluso un incipiente galeno, que hacía las veces de un instruido
médico ya con experiencia, pues se orientaba por el color y olor de la
orina, utilizando sanguijuelas, cuando era poca la cantidad a extraer. No olvidemos que las enfermedades, estaban sojuzgadas
por la religión, pues, eran castigo de Dios, siendo la única manera de ser vencidas,
a través de la oración El hambre y las enfermedades eran muy comunes.
Los médicos medievales eran por lo general sacerdotes o
estudiosos religiosos, y algunos conventos, servían como “hospitales” donde
daban de comer al enfermo, se traba de animarlo, pero poco más, debido, en cierto
modo, al desconocimiento, de muchas enfermedades
Las curas tradicionales utilizando plantas medicinales y
pociones, eran vistas como brujería y proscritas por la Iglesia, pero dentro de
los muros, poco se podía hacer, pues lo que se hacía… no se veía.
Las horas de vigilia para rezar, las parcas comidas, el huerto, y
fabricar libros, eran el día a día.
El pueblo más cercano, estaba a varios días de un camino lleno
de pequeñas piedras, que bien podrían haber sido, parte de unas de las
numerosas rocas que flanqueaban el camino.
Sucedió que- ¡Pronto venid hermanos, el prior ha muerto! -. Y así era, Hamon el prior, se encontraba tendido sobre su camastro, con un rictus de dolor en su rostro y la mano izquierda sobre el corazón.
Los candidatos a priores, eran escogidos por sus años, saber
leer y escribir, y ser hombres de Dios, es decir, justos. Y así llegó el día de
la elección. Todos en riguroso silencio, fueron dejando sus votos, en
diferentes colores, pues los que no sabían ni leer ni escribir, si conocían los
colores.
El recuento se hizo, recayendo en Bronislav la responsabilidad
de regir los destinos del convento.
Todos los monjes estaban contentos, se había elegido un buen hombre,
aunque ya mayor para el cargo, pues había cumplido ya los 80 años.
En su celda, Didacus, no paraba caminando a derechas o a
izquierdas de las paredes de su estrecha celda. - ¡No puede ser! ¡Yo soy el
único que puede llevar las riendas de este convento! He sido rey”!. Y los reyes
sabemos de justicia, no solo de amor a Dios-.
Un extraño humo azulado se metió por las rejas de la pequeña
habitación. Cuando hubo desaparecido en su lugar quedó un personaje un tanto
estrambótico, cuyos ropajes no debían de ser los suyos, pues a fe mía, parecían
ser como si se los hubiesen prestado
- Perdonad alteza mi atrevimiento, pues no he sido
presentado a vos, y ni siquiera he pedido audiencia. Pero lo que tengo que
deciros, seguro que reparará, tal desatino y falta de cortesía-, y haciendo una
ridícula reverencia, se despojó del sombrero, que ¡voto a tal!, las plumas con
las que se adornaba, parecían ser de gallina.
- Bien, continuad, sentaros donde podáis. Siento
recibiros en esta celda, pero la mía me la están arreglando, y no quisiera molestad
al prior, que es muy viejito, para que nos deje la suya-.
El raro, ¿cómo diría para describirlo?,¿sujeto?, ¿hombre?, ¿tipo?
En fin, prosigamos. Tomó asiento sobre la incómoda silla. Miró al destronado
rey y extrajo de una bolsa de cuero, un papiro enrollado.
- He aquí vuestra salvación-
Al cogerlo observó con asombro que estaba el blanco. - ¡Qué
broma es esta! ¿Es que no veías que está en blanco? -.
- Cierto mi señor. Y no, no pretendo burlarme de vuestra alteza, simplemente que lo que yo quiero no tiene forma hasta que no sale del cuerpo de los humanos cuando se mueren-.
- Cierto mi señor. Y no, no pretendo burlarme de vuestra alteza, simplemente que lo que yo quiero no tiene forma hasta que no sale del cuerpo de los humanos cuando se mueren-.
- ¿Mi alma? -.
- Veo que sois sagaz. Efectivamente, vuestra alma-.
Didacus se llevó las manos abiertas a la cara para sujetarse el
mentón, debajo del él, una enorme papada parecía querer ahogarle. Eso y los
saltones ojos, el pelo lacio, poco cuidado, daban la sensación de ser antes que
un rey, un simple leñador.
- ¿Os lo pensáis mucho? ¿Una vez muerto para qué
queréis el alma? Además, en el contrato, va incluida una vida regalada, que los
años no pasen por vos por lo que siempre seréis joven-.
- ¡Dé acuerdo! Acepto!. No obstante, ¿cómo lo vais a conseguir?
-.
- Eso, eso corre de mi cuenta -.
A las dos semanas, Bronislav había fallecido. Y el siguiente, y otro,
y otro, hasta cinco priores murieron, todos … de forma natural.
Y nadie quería ser prior, parecía que una extraña maldición se
adueñaba de todo aquel, que era elegido.
- Yo no tengo miedo. Así, si nadie quiere el priorato,
yo me haré cargo-.
Los años pasaron y Didacus no envejecía, mientras que ya varios
monjes, habían entregado su alma al Creador.
Cierto día cuando estaba degustando el vino que se hacía de las
uvas que nacían en los viñedos del convento, el humo azulado volvió a surgir, y
con él, el extravagante ser, que ahora ya no vestía traje, un negro sayón lo
envolvía.
- He venido a buscar lo que he mío-.
-
¿Tan pronto? -.
-
¿Cuantos frailes visteis morir? -.
-
Unos cuantos-
-
¿Solo unos cuantos? En el convento, ahora solo viven
veinte frailes. Antes eran treinta. Los diez que fallecieron, lo hicieron en
diferentes años, todos tenían 80 años cuando se fueron, por lo que vos, ya
cumplisteis ¡ochocientos años! Es hora ya, de descansar -.
-
¡Dejadme vivir hasta mañana por la noche! Qué más da
un día más. Después me iré con vos -.
Didacus, sentado en la cama esperaba el momento de la llegada
del infame ser. - Te aguarda una sorpresa que no esperas-.
Primero el azulado humo, después… el mismo Lucifer en persona.
- Ya decía yo que cuando desaparecíais, un olor a azufre queda en la celda. No obstante, quiero obsequiaros con un vino guardado en las bodegas de este convento-.
- Ya decía yo que cuando desaparecíais, un olor a azufre queda en la celda. No obstante, quiero obsequiaros con un vino guardado en las bodegas de este convento-.
Didacus sacó de entre las sábanas un ramo de la Hierba de San
Juan y un frasquito. Abrió el frasco arrojando el contenido sobre el diablo,
quien se retorció hasta desaparecer.
Lo que el viejo prior, en años, no de aspecto, había lanzado
contra Lucifer, era agua bendita, y la hierba de San Juan la colocó a
su alrededor para impedir que satán se le acercase.
Didacus no las tenía todas consigo. - Este seguro que regresa,
nadie se ha escapado sin pagar la deuda contraída-.
Sacó de un pequeño cajón un viejo papiro. En él, había firmado
con su propia sangre, su nombre. Sonriendo salió de la celda.
Dos días más tarde, el más viejo de los frailes cuyo hombre era
el de Drazhan moría.
A ninguno le pareció rara esta muerte, el pobre tenía casi los
90 años. A escondidas Didacus se reía, solo él conocía la verdadera causa de la
muerte del viejo fraile. -Solo he tenido que pinchar en su dedo corazón para
sacarle sangre. Después, como apenas veía, le he dado a firmar el papiro, donde
estaba mi nombre, después de borrarlo, nunca, ¡jamás! El diablo vendrá a
buscarme -.
Al día siguiente Didacus apareció muerto, su rostro, sus manos,
su cuerpo, estaba arrugado como una pasa, como si alguien le hubiese aspirado
toda su sangre.
Después de enterrarlo, los monjes abandonaron el convento, antes
lo habían prendido fuego por los cuatro costados. Tres días con sus tres
noches, el convento estuvo ardiendo, de él solo queda unas cuantas piedras
diseminadas, por aquí y por allá. Entre sus cenizas se encontraba lo que quedaba de un papiro y un nombre Didacus.
Cuentan que si por las noches pasas por aquel lugar, el cuerpo
de Didacus sale de su tumba en busca de sangre fresca para volver a vivir, esta
vez, eternamente.
Una y otra vez, Didacus, en lo mas hondo del infierno, se preguntaba - ¿ En que me he equivocado?. ¡ Es imposible, el viejo murió!. Nadie más que yo tuvo el pergamino en mis manos. ¿ En qué he fallado?-
El diablo sonríe maliciosamente mientras murmura - El viejo murió pues le había llegado su hora. Tu mayor equivocación fue firmar con la sangre de un muerto, que no borra, el nombre del siguiente que me tiene que dar su alma, ¡ para siempre!.
Una y otra vez, Didacus, en lo mas hondo del infierno, se preguntaba - ¿ En que me he equivocado?. ¡ Es imposible, el viejo murió!. Nadie más que yo tuvo el pergamino en mis manos. ¿ En qué he fallado?-
El diablo sonríe maliciosamente mientras murmura - El viejo murió pues le había llegado su hora. Tu mayor equivocación fue firmar con la sangre de un muerto, que no borra, el nombre del siguiente que me tiene que dar su alma, ¡ para siempre!.
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