Esta piel de toro, es como una moneda. La cara ha
dado ilustres hombres y mujeres, lo mismo, célebres y famosos, como anónimos, que
se han preocupado de dar parte de su vida, trabajando para los demás, incluso
salvando la vida de otros, a cambio de la suya, aunque, claro está, que los
primeros son más conocidos. Pero es que, en esta moneda, también existe la
cruz, y de esa parte, ahora hablaremos.
No se sabe, porque razón, el tema del bandolerismo,
y sus bandoleros, tiene cierto aroma a romanticismo, o así, algunas veces nos
lo quieren vender, pero, después de conocer ciertas historias, va a ser, que,
no.
Viajaremos al
norte de España, por más señas a Álava, País Vasco- España, donde, Temiño, un
bandolero, que vivió, en aquella zona, allá a finales del siglo XIX, no paraba
de atemorizar a los vecinos de los pueblos alaveses, aunque tenía en el punto
de mira, a unos personajes muy especiales, los curas, cuyas parroquias
“limpiaba”.
Convencido de que podría sacar más partido, si tenía
un ayudante, se asoció con “el Tuerto de Quintano”. La realidad fue, otra.
Parece ser que el tuerto, debía ser un inútil, o
bien iba alardeando, en lo que “trabajaba”, fue apresado los Miñones (El Diccionario de la Academia de la Lengua dice respecto
a «miñón»: «(Del fr. mignon). Soldado de tropa ligera destinado a la
persecución de ladrones y contrabandistas y a la custodia de bosques reales»),
quienes le sacaron, sin mover una ceja, varios lugares donde, Temiño, tenía sus
escondites
Poco tardó Temiño en dar con sus huesos en un
departamento, ubicado en el segundo piso, de la cárcel antigua, que se
diferenciaba de la nueva, porque
Un día se asoció a otro ladrón denominado el ‘Tuerto
de Quintano’. Éste, más torpe, fue cogido y reveló alguna de sus guaridas
habituales, por lo que no tardó Temiño en caer preso de los Miñones. Fue
encerrado en un departamento del segundo piso de la cárcel antigua que se daba,
“las menos malas condiciones de seguridad”.
Y es que este, salteador, según refleja en su libro
‘Memoria del Vitoria de antaño’, el escritor Ladislao de Velasco, del que
entresacamos unos párrafos, para que ustedes juzguen como era este personaje: «Ágil como un mono, trepaba por las paredes verticales
ayudándose de las menores asperezas e introduciéndose en las casas por las
ventanas y los tejados, contándose de él fabulosos asaltos, dignos del más
renombrado gimnasta. Era escurridizo y había escapado en varias ocasiones de
las escopetas de los vecinos de los pueblos».
Lo que viene, a continuación, no vale eso de: “Se
escapó porque no había vigilancia”, ¡ya creo que la había, pero el muy ladino
consiguió la libertad, una noche de Inocentes, gracias poder confeccionar una
soga con sus dos mantas (una no, dos, por si pasase frío).
Temiño no lo tuvo muy fácil: no se podía salir, de
la prisión, ni por el suelo, ni por las paredes laterales, puesto que daban a
departamentos que estaban habitados.
Ni siquiera, a la fachada del edificio,
pues la ventana, estaba dotada de dobles rejas; así que se le ocurrió una
brillante idea… practicar un agujero en el techo, para posteriormente pasar
entre dos cuartones y salir a un corredor o desván.
Hasta aquí, la huida, puede parecer rocambolesca,
pero no lo crean, pues lo que es, verdaderamente inexplicable, es, ¿cómo Temiño
pudo mantenerse, contra la vertical pared, por la que tenía que trepar, para
hacer el agujero en el techo.?
La cárcel antigua, era un edifico bastante alto,
que, en su planta baja, colindaba con la Iglesia de San Vicente y la alhóndiga (local destinado a la venta, compra y depósito de
cereales y otros alimentos), por un lado.
Así que no tenía más remedio, que deslizarse a otro
tejado más bajo, si bien, tenía, aún que salvar, un callejón, que lo separaba.
Seguramente en este descenso, sería cuando utilizase la soga-mantas, alcanzando
a poner el pie en la calle, mediante un último salto, a partir del poco elevado
tejado; empleando, en todo esto, en cuatro horas, y sin hacer el menor ruido.
La huida de Temiño de la prisión, saltó todas las
alarmas, en la mayoría de las aldeas alavesas, y todos miraron a los montes.
Por muy interesados que estuviesen los aldeanos, más
lo estaba, Pedro Pinedo, alcaide de la cárcel y comisario de policía, reputado
por su profesionalidad y su enérgica persecución de malhechores.
Pedro Pinedo encargó a Entrena, oficial de Zurbano (un concejo perteneciente al municipio de Arrazua-Ubarrundia
en la provincia de Álava), al que acompañaran dos vigilantes, hombres valientes, que se pusiesen manos a la
obra, y buscasen pistas para poder detenerlo.
Al final lo localizaron en los altos montes de
Oquina. Uno de los vigilantes de apellido Castilla le disparó y acertó a darle
un balazo. No obstante, existía un problema, que el lugar, donde estaban, era
muy cerrado el boscaje, lo que les impidió, dar con él, y para más inri,
apareció un aldeano, que huía del estruendo de los tiros, y que desvió la atención,
a los perseguidores de Temiño, que, herido mortalmente, se perdió entre la
espesura.
Fue localizado, horas después, por dos aldeanos, que
acertaron a pasar por el lugar, y a quienes llamó, para pedirles, que próximo a
expirar, les rogaba, que devolviesen, al cura de Betoño, un reloj, así como
algún dinero, que les hizo entregó. Momentos después, fallecía.
Aquellos dos hombres, temerosos de verse implicados,
en asuntos de justicia, hicieron mutis por el foro, y si te he visto, no me
acuerdo.
Quince días después, en el bosque de hayas, un
pastor descubrió un cadáver ya descompuesto, que una vez identificado, resultó
ser el de Temiño.
En la época del cumplimiento pascual (confesiones),
el cura de Betoño, obtuvo el reloj, y la cantidad de dinero, que entregara el
moribundo, el cual había sido robado a dicho sacerdote.
Recabada
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