Tenemos que remontarnos hasta el siglo XVI, donde viajar por
el Nuevo Mundo, era encontrarse con territorios nunca explorados y con tribus
de indios hostiles, claro que, para embarcarse, algunos solo llevaban un
cuchillo en el cinto y las monedas que le habían dado por aceptar subir y
viajar en un cascarón, de madera, en busca de los tesoros de los que había oído
hablar.
Quizá también les podrían haber dicho que antes de arribar a
atierra, tendrían que pasar por diferentes penalidades: sobrevivir de aquel
arriesgado viaje, a enfermedades, también a los posibles ataques de los piratas,
sin olvidar a la mar cuando se enfurecía.
Así y todo, esas vicisitudes no eran nada ante la
perspectiva de conseguir apoderarse hasta la última onza de oro o de plata, de
los incautos indígenas, para vivir en aquellos lugares como señores.
Quien más exponía en aquellas aventuras o desventuras, según
lo que tocase, en la Vieja Europa, era España, quien casi se había endeudado
con aquel viajero, del que se desconoce su origen, Cristóbal Colón y de
fomentar viajes a Francisco Pizarro o Hernán Cortés.
En otro lugar del Viejo Continente, allí donde las esposas
de Enrique VIII, perdieron su nobles o menos nobles cabezas, la hija de Ana
Bolena, Isabel I, se revolvía de envidia – Me mentís caballeros, siempre la flota inglesa
fue superior a la española-, a lo que el ministro a quien dirigía sus quejas
contestaba- Nada se puede hacer contra la Flota de Indias de la Armada Hispana-
Por supuesto que la soberana inglesa se quedó con los brazos
cruzados, para eso tenía dos lustrosos pies para ponernos zancadillas, echando
las dos manos a ciertos personajes que llevaron el apodo de piratas, entre
ellos a Francis Drake.
Y si el plan A fracasaba, para eso estaba el plan B, ofrecer a sus súbditos una nueva vida en aquel desconocido y Nuevo Mundo.
Si lograban llegar, siempre podían arrebatar tierras a los españoles, tierras
que irían a incrementar el poderío de la corona inglesa. Su británica, graciosa y pelirroja majestad, que según los
entendidos llevaba peluca, a favor de que aquellos aventureros consiguiesen pasar a
la posteridad, los bendecía y despedía , deseándoles buena suerte
1583 Humphrey Gilbert, militar y madurito, fue uno de ellos, deseaba llegar a ser todo un rey de la
futura América, y que los colonos ingleses y los nativos le pagaran a tocateja
para poder vivir en el Norte de América. A este no se le rompió ningún recipiente,
simplemente se fue para el otro barrio, dejando huérfanos a sus sueños.
1584 el siguiente en intentarlo, no fue un desconocido, por
lo menos para Gilbert, ya que se trataba de su hermanastro, Walter Raleigh , que después de obtener de la Reina
Isabel I, nuevas cartas patentes, iguales a las que recibió Walter, para
conseguir realizar los deseos de la reina, a la vez que llenaba sus propios bolsillos,
organizó una expedición con un par de buques, en compañía de algunos hombres
generosos que tomaron parte en sus proyectos, hízose a la mar
Las dos embarcaciones estaban al mando de Felipe Amidas y
Arturo Barlow. W. Raleigh y sus hombres, sin apenas dificultades, consiguen
establecer contacto, con un grupo de nativos locales, que les entregaron provisiones
y cobijo.
Durante unos meses, vivieron a cuerpo de rey, tras lo cual,
regresaron a Inglaterra, con los barcos llenos de productos típicos de la zona,
aunque desconozco si llegaron a pagarlos. Las comarcas que acababan de visitar recibieron
el nombre de Virginia, nombre que le daban los indios,
Todo fueron parabienes y halagos para Walter Raleigh quien
decidió organizar otra expedición a la recién creada Virginia, aunque esta vez
actuaría como el capitán araña, él se quedaba en tierra, o sea en Inglaterra y
embarcaba a otros.
1985 en esta ocasión, fueron cinco más los navíos, más
soldados y más provisiones, con el encargo de establecer una pequeña colonia,
que se hiciese fuerte en aquella región. Miren ustedes que con lo que les voy a
informar, se darán cuenta enseguida, que ya existían los favoritismos, ya que
nombró capitán a Richard Greenvil, quien era su propio primo.
Los navíos llevaban solo soldados endurecidos en numerosas
batallas, sin compañía de mujeres y de niños, pues eran los idóneos para la
misión encomendada: construir un fuerte que diese un par de cortes de manga a
las posibles incursiones de los españoles, comerciar con los nativos además de
buscar metales preciosos (oro y plata)
Con la lección bien aprendida y una vez en tierra, deciden
explorar, minuciosamente, el terreno para elegir donde establecerían su
asentamiento. La decisión fue clara: la posición idónea sería la isla de
Roanoke, en la bahía de Chesapeake, pues –según creían- gozaba de un clima
envidiable. Tras lo cual Greenvil regresa a Inglaterra, no sin antes, prometer
volver con provisiones.
Allí se quedaron 108 colonos, que consiguieron construir
varias casas y levantado un pequeño fuerte, amén de establecer relaciones con
los indígenas, todo parecía ir viento en popa hasta que comenzaron las
dificultades. Una de ellas fue que las costas de aquella zona son
sumamente bajas, lo que originó que diversas inundaciones, asolasen el lugar, a
pocas semanas de llegar. Otra, que a pesar de que, en un principio, el terreno
parecía ser bueno y suficiente, la isla no producía bastante comida
Pensando y cavilando como y de que manera conseguir comida,
a alguien se le ocurrió que, si ofrecían brillantes baratijas a los croatoan y
secotan, a cambio de comida, ellos aceptarían, pensando que una maldición
pesaba sobre aquella tierra pues ni siquiera llegaron a encontrar una pequeña
onza de oro.
La mayoría de estos aventureros, que se arriesgaban a embarcarse,
en esta clase de expediciones,
creían que era coser y cantar, llegar y todo lo
tenían al alcance de sus manos
Como caído del cielo, y ya cuando la desesperación era la
compañera de los ingleses, apareció el pirata Sir Francis Drake, a las órdenes de
la reina, quien les prometió devolverles a Inglaterra, claro que antes ya
habían saqueado Santo Domingo. El fuerte se queda abandonado a ver quién es el
héroe o el suicida que se queda para morir por las posesiones reales, vamos de
la reina
Lo que se hubiese dado por ver la cara de Greenvil al
llegar, varios meses después y no encontrar ni alma. Con las mismas regresó, sin
entregar ninguno de los víveres que llevaba en sus bodegas, pero perdiendo una
cantidad muy importante, de dinero en el trayecto.
Para consolarse, dejó allí a 50 inconscientes, por no
llamarles locos, que se quedaron la mar de contentos, prontos a mantener viva
la colonia y defenderla de las posibles incursiones enemigas.
Existe un refrán que dice” El hombre es el único animal que
tropieza dos veces en la misma piedra”. Me refiero a que después de lo
sucedido, los ingleses, dos años después, 1587, organizan una nueva expedición
al mando del artista John White, artista británico, explorador, cartógrafo,
quien recibe unas órdenes muy concretas:
establecerse en el fuerte de Roanoke e iniciar de nuevo relaciones
comerciales con los nativos.
La expedición no tenía nada que ver con la anterior, pues el
puesto que podría haber ocupado los soldados, lo hacían, hombres y mujeres que
supiesen realizar toda clase de trabajos manuales a la vez de saber cultivar la
tierra
El motivo que les movía a continuar con la creación de una
colonia en esta zona no era otro que el vil dinero y desde allí, dar caña a los
soldados de España. Pero nadie se atrevía,
así que la única manera de que la gente se embarcarse en tal monumental
empresa, era ofrecerles a todos los que se uniesen a la expedición tierras en la zona . Y es que el dinero mueve el mundo.
Partían con la esperanza de trabar amistad con los nativos,
cosa impensable si hubiesen sabido como fueron tratados por otros blancos, ni se les hubiese pasado por la cabeza. Y lo
que tenía que pasar …pasó: White no consiguió calmar los ánimos, y sin
pretenderlo avivó el fuego de las viejas rencillas, a lo que tenemos que sumar,
la imposibilidad de cultivar debido a la baja calidad de la tierra
La paciencia de los colonos duro 365 días, ¿el motivo?, el
asesinato de un colono a manos de un indio, sin explicación alguna. Así que
pidieron a White que regresa a Inglaterra a solicitar ayuda a la reina, cargar
una flota llena de provisiones y soldados
El artista explorador aceptó – Está bien, pero tendréis que
hacer dos cosas, no salir del fuerte de no ser por una situación extrema, y segunda,
si sois atacados por los españoles o por los indios, dejaréis una marca muy
concreta que tallareis en la corteza de un árbol del fuerte: una Cruz de Malta.
Así sabré que habéis tenido problemas y por eso abandonasteis el lugar.
Teniendo en sus manos una misión tan compleja, partió en 1587
rumbo a Inglaterra y poner en conocimiento de Raleigh, el señor a quien
correspondía el dominio de la tierra de Roanoke.
Raleigh escuchó, pero, nos estaba dispuesto a viajar tan
lejos, porque sus negocios no se lo permitían, eso fue lo que dijo a White, la
verdad era que no estaba dispuesto a que su vida corriese peligro en aquellos
lugares tan recónditos
- Señor, necesitamos con urgencia, dinero y hombres que
puedan ayudar a sus compañeros que se han quedado en la colonia – Pero recibió
un – Ahora es imposible- por respuesta.
Lo mismo ocurrió con su majestad Isabel I, metida en dimes y
diretes con Felipe II de España y que necesitaba cualquier barco que pudiera
encontrar y que sirviese para enfrentarse con los españoles.
Con todo en su contra White tuvo hacerse con uno. Su patrón Raleigh tenía puesto sus ojos en la confrontación entre
Inglaterra y España, ya que esta, le podría proporcionar gloria y poder, por lo
que ni se preocupó por aquellos desgraciados allende de los mares
Nadie esperaba que Raleigh sopesase en una balanza los pros
y los contras de seguir manteniendo a aquellas gentes, por lo que cedió sus
derechos sobre Roanoke y Virginia a una empresa privada. Las cosas se ponían
difíciles para el gobernador, que ahora se veía encerrado en Gran Bretaña y sin
posibilidad de socorrer a los colonos.
White desesperado y sin poder ni tener otra salida, tuvo que
esperar tres años, 1590, para poder viajar de vuelta a Roanoke con la ayuda
prometida, y pensando que tres años eran muchos para aquel centenar de hombres
(90), mujeres (17) y niños (11). En marzo se hizo a la mar, en una expedición
privada, que acepto a dejarles en la isla.
Hasta agosto no llegaron a la bahía de Chesapeake, pues el navío
en el cual viajaban, se paraba ,cada dos por tres, para saquear buques españoles. Cuando consiguieron pisar tierra firme, una auténtica
sorpresa les esperaba.
Nadie salió a recibirles, estaba completamente desierto y las
casas desmanteladas. Asi mismo, no
encontraron ningún indicio que los llevase a creer que hubiesen sido atacados
por los indios o por los españoles, puesto que ni White ni ninguno de sus
hombres, localizaron ninguna Cruz de Malta tallada en alguno de los árboles del
fuerte
Tan sólo se encontró la palabra “Croatoan” escrita en un
poste. Para White esa palabra, en un principio, llegó a considerarla como una
pista que decía, nos hemos marchado a vivir con los Croatoan.
No obstante, una tremenda
tormenta de desató sobre el día siguiente, impidiendo al navegante y a sus
hombres, revisar la zona
Finalmente, el gobernador White tuvo que regresar a Gran
Bretaña sin saber qué había pasado en su ciudad. El misterio quedó sin resolver
En la actualidad se barajan ciertas hipótesis: Que los
ciudadanos decidieran por sus propios medios regresar a su país cuando se
quedaron sin provisiones. Otra que fueron asesinados por los nativos y la
última que se mezclaron con ellos. De darse cualquiera de la tres, este hecho
hizo que la ciudad de Roanoke pasase a ser conocida como la “colonia perdida
Recabada información en: “
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