1775 doce de la mañana, del mes de agosto., el ballenero
groenlandés Herald está en su intento de cruzar el Atlántico Norte. El silencio
fue interrumpido por el grito del vigía.
Nadie esperaba que un sigiloso y helado iceberg se alzase a
una distancia de unos 10 kilómetros de ellos. Por encima del monstruo helado,
podían divisarse las puntas de unos mástiles, asomándose, eso parecía, al
frente y al oeste.
El capitán, a través del telescopio, pudo comprobar que no existían
señales de vida, puesto que el velaje estaba destrozado, y curiosamente, el
resto del navío, brillante bajo el sol, aunque eso sí, completamente cubierto
de escarcha.
El capitán pidió a la sala de máquinas que acercasen en barco
y desde proa comenzó a grita - ¡Eh los del barco!, soy el capitán del Herald,
un ballenero groenlandés ¡¿Hay alguien a bordo?, pero nadie respondió.
El barco, que era una goleta, proseguía su camino en el más
misterioso de los silencios y sin nadie a bordo. “Bajen la lacha”, ordenó el
Warren. “Echaré un vistazo”.
-Capitán, la tripulación no creemos que sea buena idea-
comentó uno de los marineros.
- Creo que este no es momento para decir si es o no es buena
idea- contestó el capitán- Tenemos que investigar que es lo que ha podido
ocurrir y si hay o no hay cadáveres a bordo.
A regañadientes ocho de sus hombres, le acompañaron remando
hasta la proa del barco, donde podía leerse en grandes letras “Octavius”. Ninguno
de la tripulación incluido el capitán, había oído hablar de ese barco jamás.
Cuatro hombres, de los ocho que estaban a bordo de la barca,
subieron con Warren. Tras conseguir abrirse paso a través del hielo, deciden
bajar a los camarotes. El espectáculo es dantesco, los cadáveres congelados de 28
hombre aparecen ante ellos.
No estaban en el suelo o acurrucados en un rincón, ni
sentados, cada uno estaba acostado en su correspondiente litera, tapados con
capas y capas de ropa. El inmenso frío había conservado los cuerpos de aquellos
hombres en perfecto estado, de no conocer que estaban muertos, parecía que
dormían profundamente
Por el contrario, el cadáver del capitán estaba sentado en
una silla frente a su escritorio, con las manos entrelazadas sobre las piernas.
Un poco más allá, otro de los hombres, había intentado
encender un fuego, ya en sus manos sostenía un pedernal y una barra de metal. Debajo
de la chaqueta de aquel hombre, se encontró el cuerpo de un niño abrazado a su
muñeco de trapo.
-Capitán, creo que ya hemos visto bastante. Creo que
deberíamos regresar al Herald –
- ¡Que les pasa! ¡Estas personas ya no pueden hacerles daño!
-
- Capitán o regresamos por las buenas, o lo hacemos por las
malas, ninguno de nosotros quiere permanecer ni un minuto más en este
cementerio. Contra su voluntad Warren, tuvo que ceder, pero antes cogió el cuaderno
de bitácora del Octavius y regresaron al Herald
Desde proa y con el alma partida por la muerte de aquellos
marinos, vio perderse al Octavius, luego se retiró a su camarote para el leer
el libro de bitácora, que al abrirlo observó que le faltaban, todas las
páginas, menos la primera y la ´ultima. - Posiblemente algún marino, o el mismo
capitán encargado de reflejar odas la incidencia, así como la travesía y
puertos donde recalaron, había cortado aquellas páginas, pero ¿con que motivo?
Y ¿el resto?, puede que lo hubiese arrojado al mar.
En la primera, el capitán Octavius había escrito que habían
partido de Inglaterra con rumbo a China, el 10 de septiembre de 1761. Catorce
años atrás. La última página tenía una sola anotación que estaba fechada el 11
de noviembre de 1762.
“Hasta ahora hemos estado
atrapados en el hielo durante 17 días. Nuestra posición aproximada es Longitud
160 O, Latitud 75 N. El fuego finalmente se extinguió ayer y el maestre ha
estado tratando de encenderlo otra vez, aunque sin éxito. La he dado la piedra
a unos de los marinos. El hijo del maestre murió esta mañana y su esposa dice
que ya no siente el frío. El resto de nosotros no siente lo mismo en esta
agonía”.
El capitán Warren volvió a asegurarse si las coordenadas que
estaban señaladas eran las mismas que él había anotado, pues le parecía que lo
que leía, era ¡increíble!
Pero sí, estaban bien apuntadas, lo que significaba que el
Octavius, había estado atrapado en el hielo del océano ártico, al norte de
Point Barrow, Alaska…a miles de kilómetros de donde lo habían encontrado ese
día. Un continente helado se extendía entre aquellos dos puntos.
Durante cientos de años, se estuvo buscando una ruta
marítima, que acortase el Atlántico y el Pacífico, con el objetivo de logra
llevar a cabo, el intercambio comercial entre Asia y Europa.
El paso del Noroeste era un deseo para las potencias
europeas de eliminar el largo viaje alrededor de la punta de Suramérica, algo
que el Octavius había conseguido, eso es lo que supuestamente, había decidido
el capitán del Octavius, regresar a casa alrededor de Suramérica, pero a que
precio.
Era algo que no se podía creer, sin embargo, la goleta
Octavius había logrado el objetivo por sí mismo, pues año tras año, sin que
nadie manejase el su timón, había conseguido: permanecer a flote mientras se
deslizaba lentamente, sin que ningún obstáculo se pusiese en su camino, hasta
que conseguir llegar al, Atlántico Norte.
Tuvieron que pasar ,136 años, hasta el otro barco con el
nombre de Gjoa, comandado por Roald Amundsen, explorador noruego, lograse
cruzar el paso del Noroeste.
Pero al Octavius no se le puede quitar, ser el primero, en
hacerlo, aunque toda la tripulación una mujer y un niño, hubiesen estado
congelados durante más de trece años.
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