Nos encontramos sumidos en la época Victoriana, un periodo
de prácticamente un siglo en el que el Gran Bretaña pasó de ser un país
dedicado a la agricultura, a ser un país totalmente industrializado, es la era
de la Revolución Industrial. ferrocarril, las revoluciones sociales, etc.
Todo un siglo dedicado a una reina en un país que evolucionaba a distintos
ritmos
Los deportes que más se practicaban eran: el polo, el remo,
el boxeo inventado en Gran Bretaña a principios del siglo XVIII y que ya desde
entonces contaba con grandes adeptos entre los jóvenes, y
el bádminton; éste
último es de origen chino, pero oficiales británicos vieron el juego en la
India y lo llevaron a Inglaterra alrededor de 1873.
Y el remo practicado por los
estudiantes de dos universidades muy famosas, Oxford y Cambridge, con sus
famosas regatas sobre el Támesis.
Los ingleses de esta época Victoriana, en primer lugar,
leían. Sí, y mucho, aunque algunos odiarían al libro, pero la lectura era un
hábito bastante extendido. Para finales de la década de 1830, casi la mitad de
la población masculina adulta sabía leer y escribir.
Otra fue la llamada “caza” de helechos, que tuvo un gran
apogeo en la Inglaterra decimonónica (y quizá allí nació esa afición por los
jardines ingleses), muchas plantas exóticas se cultivaron en invernaderos, como
las orquídeas, y los helechos fueron especialmente buscados
De hecho, esta práctica puso en peligro a muchas especies, y
algunas hasta se extinguieron. Los victorianos tenían como emocionante y
peligrosa esta actividad, que continuó en los primeros años del siglo XX
Estaban también las sombras chinescas o el teatro de las
sombras, que empleaba un coro de veinte voces, una orquesta y títeres de estilo
japonés, y se representaban obras de temas militares y patrióticos.
Quien se llevaba la palma era la adivinación, por lo que muchos,
utilizaron bolas de cristal, leyeron palmas y hojas de té para ver el futuro,
pero también usaron nueces, espejos, manzanas, velas y cera, naipes, semillas,
monedas, sueños y hasta espíritus de gente muerta para adivinar el porvenir.
Corresponde a algún señor victoriano, el invento de uno de
los mayores entretenimientos: los
Rat-Pits o Pozos de Ratas, muy populares. Consistía en apostar por el perro que
mataría a más ratas en un determinado tiempo.
Lo cierto es que las normas, no eran para nada complicadas. Existiendo diversas modalidades, básicamente
gana el perro que más ratas mate en menos tiempo. Cinco segundos por rata era
una media bastante aceptable y quince ratas por minuto una marca difícil de
superar.
Ni que decir tiene, que las peleas de animales estaban a la
orden del día. Estas diversiones tendrían su punto final en el “Acta contra la
crueldad animal” decretada en 1835, pero, aun así, esta modalidad escapó a la
prohibición por ser considerado un juego de apuestas. Se entrenaban a los
perros para atacar rápida y letalmente a las ratas, ya que las ratas heridas no
contaban.
Hubo perros famosos por sus marcas, los dos más populares
fueron Billy y Jacko, dos Bull Terriers.
El primero mató 100 ratas en menos de
6 minutos. Exactamente paró el reloj en cinco minutos treinta segundos, es
decir, a una media de 3,3 segundos por rata.
En cuanto a Jacko consiguió rebajar la marca de las 100
ratas en 2 segundos (5,28 minutos) y también fue el perro en conseguir una
media más rápida. Logró acabar con 60 ratas en 2 minutos 42 segundos lo que
equivale a 1 rata cada 2,7 segundos. El último espectáculo de esta índole fue
en 1912, ya que finalmente fue totalmente prohibido.
Los perros también sufrían lesiones, principalmente
mordiscos en hocico y orejas. Una de las lesiones más comunes entre estos
perros era quedarse tuerto.
Ante el aumento de estos espectáculos donde morían una
enorme cantidad de ratas cada noche, trajo consigo una gran demanda de estos
animales, por lo que no tardaron en aparecer suministradores especializados,
los Rat-Catcher (Cazadores de ratas).
Quizá el más famoso o conocido se llamaba Jack Black, un pintoresco,
el cual presumía de tener las mejores y más limpias ratas de campo, las
preferidas, puesto que sus mordiscos no transmitían enfermedades a los perros.
Y para demostrarlo no tenía reparos en meter su mano desnuda en una jaula
repleta de sus ratas y dejarse morder. Prueba que los Rat-Catcher menos
honestos no se atrevían a realizar.
La fama de Jack-Black fue tal, que vendía ratas a la
mismísima reina Victoria a quien le gustaba tener ratas como mascotas.