NORTON I EMPERADOR DE NORTEAMÉRICA



Seguro que cuando han leído en enunciado de este artículo, habrán exclamado - ¡Pero que dice! -
Bien, para evitar que sigan haciéndose cábalas, les presentaré a este singular personaje.

¿Su fecha de nacimiento? Posiblemente entre el 1814 o 1819.

¿Su nombre? Joshua Abrahán Norton

¿En qué país nació? O en Inglaterra, o Sudáfrica, aunque la, mayoría, se decide por el primer país.

¿Cuándo llegó a los Estados Unidos? Seguramente lo haría atraído por la fiebre del oro, en 1849. 

Su viaje lo hizo embarcado en la goleta “Franziska, en la bahía de San Francisco, California

¿Físicamente? De estatura, alto. Por aquella época, 30 años. De ascendencia judía.

Al bajar del barco, iba vestido con una larga esclavina, de color morado, como si fuese una capa, algunas personas de las que estaban en el muelle, se quedaron con la boca abierta mientras se preguntaban- ¿Quién es este caballero, de porte tan distinguido? -

Unos meses más tarde, y gracias a la fortuna recibida por el fallecimiento de su padre, consiguió, construir un edificio en una de las, mejores arterias de la ciudad de San Francisco.

En la fachada se podía ver, un enorme cartelón. Donde, de un extremo a otro se podía leer “J.A. Norton, comerciante”

Un espantoso incendio, hizo que sus llamas, se abrazasen, a medio millar de edificios comerciales, los daños fueron increíbles.  Norton no se libró de estar en la lista de damnificados, y ver como su negocio se había reducido a cenizas.

En algunas biografías, se lee, que este suceso, le pudo provocar una locura mental, aunque las bases para este razonamiento, no las indican.
Cuatros años habían transcurrido desde el devastador incendio. Y ahora nos encontramos en el año 1859.

Los que le conocen poco sospechan, que un bien día, de ese mismo año, J.A. Norton, se autoproclama Emperador de los Estados Unidos.
Por si alguno, no se lo cree, él mismo, distribuye una notificación, por toda la ciudad “Yo Joshua Abraham Norton. He recibido de la Asamblea del estado de California, debidamente entregado, el título de “Emperador de los Estados Unidos de América “. Por lo que llevaré el nombre de Norton I”

Y el genio de la lámpara maravillosa, si es que a él se encomendó, cumplió su deseo, pues a partir de aquella proclama, se transformó, es una persona, admirada y respetada.
Norton I remitió un  escrito a los periódicos: "En la petición y el deseo perentorio de una gran mayoría de los ciudadanos de estos Estados Unidos, yo, Joshua Norton, antes de la Bahía de Algoa, del Cabo de Buena Esperanza, y ahora por los pasados 9 años y 10 meses de San Francisco, California, me declaro y proclamo emperador de estos Estados Unidos; y en virtud de la autoridad de tal modo envestida en mí, por este medio dirijo y ordeno a los representantes de los diferentes Estados de la Unión a constituirse en asamblea en la Sala de Conciertos de esta ciudad, el primer día de febrero próximo, allí y entonces se realizarán tales alteraciones en las leyes existentes de la Unión como para mitigar los males bajo los cuales el país está trabajando, y de tal modo justificar la confianza que existe, tanto en el país como en el extranjero, en nuestra estabilidad e integridad.

En vista de lo cual, los mexicanos “se suplicaron”, según dijo, que les gobernara, añadiendo “anhelaban un gobierno fuerte y sabio”, adoptando el título de “Protector de México”.
Ni que decir tiene, que, al ser europeo, y con aquel título, nuestro amigo Norton I, tenía que estar emparentado con los nobles del Viejo Continente.
Primero, y ante todo descendía de la casa de Borbón, porque, cierto caudillo de nombre Napoleón, le ponía de los nervios, vamos, que ni nombrarle. Negando con energía, que fuese de ascendencia judía, no fuese a pasar, que su prima, Victoria de Inglaterra, se molestase con tal majadería.

Lo mismo que podría pasar, con otros primos: El emperador de Austria, y Guillermo I, rey de Prusia, a los que envió, por su experiencia en temas militares y de estrategia “muy buenos consejos”, mientras que duró la guerra franco-prusiana. E incluso vitoreó la victoria de su ejército, con un bando.
Siempre vestía con uniforme de casaca azul verdosa, que casi le llegaba hasta los pantalones, pantalón azul claro con franjas en tono rojo; charreteras doradas, alto tricornio de general, adornado con una escarapela roja, y una larga pluma de avestruz.

Para otras ocasiones, sobre todo en las grandes celebraciones, portaba un pesado sable, que un herrero, fans de Norton, le había regalado. O bien se acompañaba de un grueso bastón o de una enorme sombrilla      
El Emperador Norton I se paseaba por las calles ataviado con un elegante traje imperial que hacía honor a su distinción. Se dedicaba a inspeccionar las alcantarillas y a comprobar el correcto funcionamiento del horario de autobuses.

Norton I, era amado por sus súbditos, e invitado a comer todos los días.
Solo tenía que poner un anunció en la prensa, para que sus uniformes, ya raídos, fuesen sustituidos por otros nuevos, y gratis.  En la Asamblea y el Senado, se le tenían reservado un lugar muy cómodo   en el salón de sesiones  
Los domingos, iba a misa, a una iglesia distinta, para evitar problemas de celos, entre las diferentes comunidades.

En cierta ocasión, era tal el celo en el cumplimento de su deber, que un policía creyó que se trataba de un vagamundo y lo detuvo. Aquello fue como aplicar fuego a la dinamita. Una vez liberado, se le pidieron disculpas un montón de veces.
También comenzó a acuñar moneda propia, a la que llamó los “Nortonitos”, que se convirtió en una moneda de uso común en la Bahía de San Francisco.

Otra anécdota, nos lo sitúa a bordo de un tren. Todo comenzó cuando sentado en el vagón restaurante, solicitando al camarero una comida digna de un monarca, claro que el camarero, ni le hizo caso “Este tipo, seguro que no tiene con qué pagar”.
Norton insiste, y el camarero a pasar de él, hasta que el primero comienza a levantar la voz, a golpear con furia su batón contra la mesa, y es el momento en el cual, las personas que están allí, reconocer al Emperador, mientras que escuchan lo que le está diciendo al asustado camarero- Si no me obedeces, inmediatamente, derogo la concesión del ferrocarril.

Acto seguido llaman al camarero y le dicen – No se preocupe, pásenos a nosotros la factura
Llegado a destino, del convoy se apea Norton I, allí le está esperando el jefe del tren para disculparse. Semanas después J.A. Norton recibe de la Central Pacific, un sobre que contiene, un pase de por vida, para todas las líneas de California y los coches restaurantes

Nadie se espera, que mientras, Norton I, camina por la Gran Avenue, de San Francisco, con el propósito de asistir, a una conferencia que se celebra en la Academia de Ciencias Naturales, fallezca de un repentino ataque de apoplejía, un 8 de enero del año 1880 

La historia de este singular personaje está llena de lagunas. Lagunas que pasaron por alto los medios de comunicación, que, en sus portadas, aparecía la fotografía de Norton I, Emperador de EE. UU. y Protector de México
Más de 10.000 personas asistieron a su sepelio
Un coro de 200 jóvenes, entonaron los himnos que a él gustaban.
Puede que esta historia, suene a novela, de algún autor, pero la verdad es que fue realidad

Recabada información en:
La razón – Enigmas de la Historia- cultura. 22/5/2016
http://www.jotdown.es/



div id="google_translate_element">