DIEGO GARCÍA DE PAREDES EL SANSÓN EXTREMEÑO



Es posible que si hacemos una encuesta entre los leedores de este blog, de si alguna vez hablaron con un amigo imaginario cuando eran pequeños, nos asombraríamos de la cantidad de respuestas positivas que encontraríamos.
No era malo tener, ese amigo imaginario, era además una forma de escaparse de los hermanos mayores, que se llevaban el gato al agua. O de unos padres que tenían muchas cosas en la cabeza, en la oficina o en cualquier otros trabajos donde laborasen.

Era tan bueno, que se parecía a nosotros, tenía nuestra misma edad, nunca discutíamos con él y su perfil, era el que nosotros quisiésemos, sin ir más lejos, un segundo yo.

Ya crecidos no podemos seguir con el amigo imaginario pero sí, ya tener otra clase de héroes del celuloide o de los cómics, de los tebeos o de la literatura, incluso que sea humano como nosotros.
Y es aquí donde aparece nuestro protagonista Diego García de Paredes apodado el Sansón de Extremadura, cuna de conquistadores, entre otros de Vasco Núñez de Balboa, Pizarro, Cortés e Inés Suarez conquistadora de Chile, de la que hablaremos en un próximo artículo.

Trujillo, localidad extremeña, ve nacer a Diego García de Paredes en 1468. Hijo de Sancho Ximénez de Paredes y de Juana de Torres, ambos pertenecientes al estamento nobiliario local.
Ese es el motivo por el cual creció entrenándose en las armas y demás oficios militares, además, y muy importante en aquella época, saber leer y escribir y por añadidura era, ya en la adolescencia, poseedor de una extraordinaria fortaleza física,  apareciendo en la obra del insigne Miguel de Cervantes “ Don  Quijote de la Mancha”, deteniendo  con un solo dedo, la rueda de un molino que giraba a toda velocidad.


Puede ser posible que estuviese en la toma de la ciudad andaluza de Granada, pero en este episodio, ninguno de sus biógrafos, se ponen de acuerdo. Aunque si que es seguro, su marcha en 1496 a Italia para enrolarse como caballero de fortuna., después de perder a sus dos progenitores.
Debemos explicar que caballero de fortuna no era ni muchos menos ser paladín, era servir al mejor postor y arrimar la sardina a su ascua siempre que sonase el vil metal llamado Don Dinero.

Y es que en la Italia de finales de la Edad Media hasta mediados del siglo XVI, dividida como estaba, entonces, en varios reinos y repúblicas, principados independientes, guerreaban entre sí, con un solo motivo, bueno eso parece, ampliar sus respectivos territorios.
El caso es que no poseían ejército profesional, pues se nutrían de mercenarios extranjeros, piratas, que hubiesen servido en otros bandos, pero nada de paladines, es decir gente curtidas en batallas con cicatrices demostrables, que eran denominados “condottieris “, en castellano “lideres”.

Así que Diego estaba en su salsa, todo el día con la espada en alto, nunca mejor dicho y demostrando a cada embate, su valía que le llevó hasta su santidad el Papa, español, Alejandro Borgia.

Aquel encuentro, fortuito, demostró que muchas veces no hace falta un curriculum, pues se puede demostrar, con la acción y con fuera de combate a una veintena de soldados italianos, durante una reyerta callejera en Roma – El puesto de escolta en mi guardia personal es tuyo-.

La ambición del Borgia era anexionar la península italiana bajo el dominio papal, y con él participó en varias empresas, transformándose, en un temerario asaltante, de algunas fortalezas, en un duelista extraordinario y en un fiero espadachín.
Además se ganaba un sobresueldo como duelista, una vez ganado el reto, despojaba al desgraciado de turno, su capa, que era vendida en el mercado negro por unos cuantos, vellones, ducados, maravíes, coronas o escudos italianos, según a quienes se vendiese.
 Y como se trataba se estar en la cresta de la ola, Diego García de Paredes, cambió de señor, en cuanto pudo y según le pagaban. Sin embargo un buen día se cruzó en su destino, Gonzalo de Córdoba “el Gran Capitán “y su etapa de servir como soldado a sueldo finalizó

La leyenda de este “moderno Sansón” estaba a punto de forjarse, cuando acompañando al “Gran Capitán ”encabeza el asedio de Cefalonia, en Grecia, territorio que había sido arrebatado por los turcos a Venecia.


Se cuenta, se dice, que Cefalonia estaba siendo defendida por unos setecientos jenízaros, y entre ellos tenían un arma denominada por los castellanos «lobos» que consistía en una serie de ganchos que cogían a los soldados enemigos, los elevaban y los soltaban desde gran altura, acabando con su vida.
Solo él sabe, como pudo conseguir, dejar que uno de esos ganchos le cogiese por la armadura, lo elevase y cuando estuvo en lo más alto, de puso de pie en las almenas de la muralla enemiga. Sorprendentemente lo hizo sin perder su espada .

Y la leyenda continúa cuando allí, él solo, con espada y rodela, resistió el ataque turco durante tres 
días. Tres días solo, armado con una espada y escudo resistió el ataque de cientos de turcos a los que dio muerte y únicamente el cansancio y la falta de alimento consiguió mellar su espíritu.
Esta extraordinaria de su vida le valió el respeto de su enemigo quien le cogió preso en lugar de darle muerte. Y Allí, en las mazmorras permaneció hasta que sus compañeros comenzaron el asalto de la ciudad.

Valiéndose del caos que se produce, Diego, según la tradición, rompe sus cadenas, echa abajo las puertas metálicas que lo encerraban y acaba con sus captores despojándoles de sus armas, tras los cual se reúne con sus aliados, salvando la vida para darle tiempo de participar en el definitivo asalto a la ciudad.
Esta hombría y su tenacidad individual frente a un ejército enemigo fue lo que le valió el apodo del Sansón de Extremadura.

La guerra entre Fernando el Católico y Luis XII de Francia por el Reino de Nápoles volvió a desatarse. En esta contienda Diego será el protagonista de una de sus gestas más memorables, será durante la batalla de Garellano en 1503 pues desafió a un destacamento del ejército francés.
Y la tradición después de la leyenda le sitúa en un estrecho puente, que resguardará frente a las 2.000 unidades, francesas que se enfrentaran a él . De aquellas 2.000 unidades, más de 500 morirán bajo su espada.
Pero no todo iba a ser miel sobre hojuelas, ya que finalizada la contienda contra Nápoles- 1504- regresa a España y se pone a favor del “El Gran Capitán”, lo que le supondrá, muchas enemistades, que incluso llegaron a poner precio a su cabeza, y ejerciera durante algunos la piratería en el Mediterráneo «

Después se verá implicado en diferentes campañas y batallas: Campaña del norte de África, donde será perdona por el Rey Católico en condición de cruzado. Contratado por el emperador Maximiliano I de Alemania sin éxitos. Y así continuó este hombretón extremeño.



De regreso a Castilla- 1520 – peregrina a Santiago de Compostela, formando parte de la escolta de Carlos V, pero no participa en las Guerras de las Comunidades, permaneciendo en su Trujillo natal.
Solo volverá a las armas cuando el emperador Carlos V, le llama para que le acompañe en las campañas contra Francia,. aunque su presencia es más que dudosa.
No obstante, no hay dudas con lo que atañe a sus años posteriores, los cuales los pasó Diego al servicio personal de Carlos V recorriendo toda Europa y siendo nombrado Caballero de la Espuela Dorada.
La muerte le visita de la manera más inesperada: tras caer de su caballo en unos juegos celebrados en honor a la reunión mantenida entre Carlos V y Clemente VII, pues nunca llegó nunca a recuperarse de sus heridas. Sus restos fueron traídos a Trujillo y allí descansan, en la Iglesia de Santa María la Mayor.
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