EL PORQUÉ DE EXPRESIÓN- PONER LA MANO EN EL FUEGO



Ahora contaré mi historia. Ni nombre es Cayo Mucio, y todo comienza cuando un año después de destronar a Tarquino el Soberbio, este consigue la alianza, por parte de Iarte Porsenna (la palabra “lartes” significaba para los etruscos, reyes o caudillos de armas poderosos)

Ocurrió que Porsenna consiguió poner sitio a Roma, mientras que nosotros
pudimos resistir, gracias a las murallas de la ciudad, al otro lado del río Tíber. No obstante , tras muchas incursiones, nuestro destino cambió  y en Roma , el hambre hizo  acto de presencia .

Cada vez que salía a la calle y observaba como la gente moría, me hizo prometerme a mí mismo, que aquello tenía que acabar.
-Lo mejor será que me presente ante el senado, y les explique que existe una manera para acabar con esta terrible situación-.


El senado reunido esperaba mis palabras. - Senadores. Mi intención es la de disfrazarme de soldado etrusco, e introducirme, ya llegada la   noche, en el campamento de Porsenna. Así no despertaré sospechas y podré asesinarle-.

Susurros y voces en alto, llegaron con la finalización de mi propuesta. - ¡Está loco!    ¡Está loco! -, sin embargo, al no tener otra opción, o solución para el problema, conseguí la autorización del senado. – Que los dioses te acompañen-, pensando, en la posibilidad de que no regresara con vida.

Llegada la noche, salí de las murallas para pasar a nado el río, consiguiendo infiltrarme en el campamento enemigo.
No tuve que andar buscando la tienda donde se alojaba Porsenna, pues sobresalía por encima de las demás.

Despacio, con sigilo, aparté la tela de la entrada. Mis ojos descubrieron a un personaje que vestía como un rey. Saqué mi puñal y lo maté, pero no conseguir huir, siendo apresado y conducido hasta Porsenna. ¡Había fallado en mi deseo de acabar con el rey, en su lugar había asesinado a un escriba de este!
-Qué sufra las más tremendas torturas hasta que confiese quien le manda-!
Entonces tomé la palabra y le dije “Me declaro ciudadano de Roma, soy Cayo Mucio, tu enemigo, que solo quiere matar a un antagonista, que mata nuestros cuerpos y condena nuestros espíritus, sin conseguir ventaja propia.

-No temo a tus torturadores, ni al fuego que me quemen, ni siquiera a la muerte, pues tú al final …morirás. En cambio, en Roma, están dispuestos, trecientos jóvenes conjurados, que al igual que yo, están adiestrados para enfrentarse al fuego y a la muerte, con tal de acabar contigo.
Y así, uno tras otro, llevando, oculto, en el cinto un puñal, por lo que  al final sucumbirás.

Para demostrarte de lo que somos capaces pondré mi mano sobre el fuego, observa”, y acercando mi mano al brasero donde estaban los instrumentos de tortura, puse mi mano derecha sobre las ascuas y las llamas, y dejé que se consumiera sin emitir un solo gemido de dolor.

El rey etrusco no salía de su asombro, contemplándome con el rostro mudado por el terror, a la vez que admirado por mi acto de valentía. - He pensado que, si tú eres así, un solo hombre del pueblo romano, ¿cómo será el resto de tu gente? ¡Dejarle libre! ¡Vete, regresa a Roma! -, poco después levantó el campamento y se alejó. A Tarquino solo le quedaba una salida… retirarse también.
Fui premiado con honores, recibido en olor de multitudes, admirado, y recordada mi gesta a través de los historiadores romanos, esta vez como Cayo Mucio “Escévola (o sea Mucio “el manco”, o “el que solo conserva la izquierda”     
A través de los siglos, cuando alguien confía plenamente en una persona, o sabe a ciencia cierta que no le va a defraudar, se utiliza la frase “Poner la mano en el fuego”

Recabada información en  http://www.mcnbiografias.com/
http://etimologias.dechile.net/
http://www.historialuniversal.com/


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