Buritaca-200
o Ciudad Perdida es uno de los más de 250 poblados antiguos de los cuatros
grupos indígenas existentes en la sierra nevada de Santa Marta: los Tayrona,
una civilización indígena monumental que existió en el país.
Aún
viven allí descendientes de esa cultura con alrededor de 70.000 indígenas de
las etnias Kogui, Arhuaco, Kankuamo y Wiwa, que han sido encontrados en la cara
norte y suroeste de la Sierra Nevada de Santa Marta
Buritaca
fue descubierta en 1976 por un equipo de arqueólogos del Instituto Colombiano
de Antropología encabezado por Gilberto Cadavid y Luisa Fernada Herrera y
restaurado casi en su totalidad.
Cuando
los tayronas vivían, los diversos pueblos indígenas de la Sierra Nevada de
Santa Marta se comunicaban por medio de caminos de piedra.
Habitaban
bohíos (Casas de planta rectangular construidas con troncos o ramas de árbol
sobre un entarimado a cierta altura del suelo para preservarlas de la humedad;
son características de América tropical). circulares sin ventanas y con techos
de palma sobre terrazas de piedra.
Recientes
(2006) investigaciones arqueológicas en el sitio indican que este poblado fue
fundado alrededor del 660 D.C. y abandonado en algún momento entre los años
1550 y 1600 D.C. En sus alrededores fueron detectados otros 26 poblados, y en
algunos de estos sitios se han realizado excavaciones arqueológicas.
Se
levanta entre los 900 y los 1.200 metros de altura sobre las estribaciones del
Cerro Correa en la zona norte de la Sierra Nevada de Santa Marta sobre la
margen derecha del Río Buritaca.
La
Ciudad Perdida estaba formada por más de 250 terrazas distribuidas en ocho
“barrios” destinados: a vivir, trabajar
y realizar las ceremonias religiosas.
Los
sectores de la ciudad estaban comunicados a través de una red de caminos
empedrados y escaleras ubicadas en las laderas que garantizaban el acceso a los
campos de cultivos.
El
logro de la arquitectura Tayrona se fundamentaba en evitar la erosión causada
por las lluvias en las pendientes de las laderas, gracias a una red de
distribución de lluvias que permitían un eficaz control de las aguas. Para esto,
los indígenas construyeron muros de doce metros de altura que sostenían los
múltiples caminos que atravesaban la ciudad.
También
hay pinturas rupestres y petroglifos (dibujos grabados en piedra), entre los
cuales la Piedra de Donama se destaca por las múltiples interpretaciones de sus
tallas.
La
Sierra Nevada de Santa Marta es una montaña única con forma de pirámide que se
encuentra en el extremo norte de los Andes, en el norte de Colombia.
En
su base, a las orillas del Caribe, una densa selva tropical reviste las bajas
llanuras. A medida que la montaña va tomando altura, la selva se va
transformando en una sabana abierta y en bosques nubosos.
En
sus laderas viven cuatro pueblos indígenas diferentes, pero emparentados entre
sí: los arhuacos (o ikas), los wiwas, los kogis y los kankuamos. Juntos, suman
más de 30.000 personas, es la formación montañosa litoral más elevada del
mundo, con dos picos de 5.775 m de altitud; el pico Cristóbal Colón y el pico
Simón Bolívar.
16
ríos nacen en el Parque Nacional Natural Sierra Nevada de Santa Marta.
Jaguares, dantas, venados de páramo y cóndores, entre otros, viven en la
Sierra.
Por
su variedad de ecosistemas, con pisos térmicos junto al mar, su belleza sin
par, con su riqueza histórica y cultural constituye un paraje único para visitar,
fue declarado Reserva de la Biosfera por la UNESCO en 1979.
Para
los indígenas, la Sierra Nevada es el corazón del mundo. Está rodeada por una
“línea negra” invisible que abarca los lugares sagrados de sus ancestros y
demarca su territorio.
Los
nativos de la Sierra se autodenominan “hermanos mayores” y manifiestan, que poseen
una sabiduría y un entendimiento místicos que superan los de los demás. Se
refieren a otros pueblos como los “hermanos menores”.
Los
hermanos mayores toman para sí, la responsabilidad de mantener el equilibrio
del universo. Si los huracanes llegan a sus tierras, o si hay sequías o
hambrunas alrededor del mundo, ellos dicen que son la causa de un fallo humano
a la hora de mantener la armonía del planeta.
El
equilibrio se consigue realizando ofrendas a los lugares sagrados para devolver
a la tierra lo que se ha obtenido de ella
Los
líderes espirituales se denominan mamos. Un mamo tiene la responsabilidad de
mantener el orden natural del mundo por medio de canciones, meditación y
ofrendas rituales. En la cultura occidental, el mamo sería una especie de cura,
profesor y doctor, todo en uno.
Cada
hombre lleva consigo una bolsa con hojas de coca, las cuales mastican para
conseguir un efecto ligeramente estimulante. Cuando dos hombres se encuentran,
se intercambian un puñado de hojas como señal de respeto mutuo.
Sin embargo la coca también la cultivan los colonos,
no indígenas, como materia prima de la cocaína. Colombia es desde hace tiempo
la capital mundial de esta droga, y su producción ha tenido consecuencias
devastadoras para la población indígena.
A
pesar de la naturaleza pacífica de los indígenas, estos, a menudo, se ven
atrapados en el fuego cruzado entre el ejército y los grupos armados ilegales. Los
daños colaterales, son muchos, nativos asesinados o forzados a huir, por esta
especie de guerra civil que asola sus tierras
Se
prohíbe la entrada a no-indígenas”. Cartel en una comunidad arhuaco. ‘Para nosotros, el robo de tumbas es igual que
atacar a una madre y sacarle las tripas, arrancarle los dientes y
reemplazárselos por una dentadura postiza, sacarle un ojo y reemplazarlo por
cristal.
Los
indígenas de la Sierra son descendientes de los tayronas, una gran civilización
cuyo magistral trabajo con el oro y su arquitectura atraen a la región a
turistas y ladrones de tumbas por igual.
Cada
pueblo indígena se ha adaptado, a su modo, a la invasión de sus tierras: los
kogis rechazaron la invasión exterior huyendo a zonas más altas de la Sierra.
Se han mantenido especialmente hostiles a las visitas de turistas con cámara en
mano.
En
cuanto a los arhuacos, a cuyos varones se les distingue por sus sombreros con
forma cónica, han organizado un fuerte movimiento político para defender sus
derechos, mientras que los kankuamos viven al pie de las montañas, en su
mayoría integrados por completo en la sociedad mayoritaria.
El
agua es como un don, por lo que es extraordinariamente venerada por los
indígenas, existiendo una enorme oposición a los proyectos hidroeléctricos en
la región, tanto los ya existentes como los que están en fase de planificación.
Las presas interfieren en el ciclo natural del agua de la Sierra por lo que amenazan
los cultivos y el ganado de los indígenas.
La
propiedad privada de la tierra y los proyectos de “desarrollo” hacen cada vez
más difícil para los indígenas moverse por su territorio ancestral y realizar
ofrendas para mantener el equilibrio del planeta.
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