Hernán Cortés nunca pensó que, al cruzar el Atlántico en
busca de aventuras y conquistas, no solo dejaría en aquellas almas un recuerdo
nada bueno, por cierto, también se cruzaría en su destino, otras personas a las
cuales no conocía.
Siempre una casa se debe comenzar por las bases, no será en
este caso que sigamos esa normativa, pues el comienzo de este artículo nos
lleva a año 1547 un 2 de diciembre, cuando Cortés fallecía.
Mucho se ha hablado de él, desde conquistador, no solo de
tierras también de mujeres, apartando de un plumazo, a la que fue una de las
madres de sus hijos en el Nuevo Mundo, a la Malinche.
Quizá cuando agonizase podría tener en su memoria la imagen
de aquella mujer, que el ayudó a poder hacerse entender con los indígenas de
aquel nuevo continente.
Fue en el año 1519 durante una batalla conocida como la
batalla de Centla(México). Las huestes de Cortés arrasaron, después, los
vencidos se acercaron hasta el campamento español, abrumados por aquellos
animales de cuatro patas, las corazas y los hombres barbudos que los habían
ganado.
Como signo de aprecio, no llegaron con las manos vacías,
pues traían todo tipo de obsequios, entre ellos, una buen a cantidad de oro y
un grupo de 20 jóvenes, entre ellas se encontraba una tal Malinaalli Tenépatl,
que era bella, graciosa y desenvuelta» que pronto llamó la atención a la tropa.
En aquel momento Malinaali Tenépalt pasó totalmente
desapercibida, y ofrecida Alonso Hernández. Hay, pero todo cambió cuando Cortés
se fijó en ella. Había que separarla de Alonso, así que lo mando de vuelta a España,
zanjando el asunto
Esta nativa, por aquellos entonces, ya se había convertido
en «doña Marina» después de haberse hecho cristiana. Todo ello, gracias a la
ayuda del sacerdote de la expedición
Malinaali Tenépalt, ahora doña Marina, no era una simple
mujer de pueblo, ya que su progenitor fue cacique por lo tanto cacica y había
tenido vasallos
No pasó mucho tiempo, para que ambos, se convirtiesen e
amantes «Cortés convirtió a la sumisa doña Marina en su amante».
Pero a pesar de mantener aquella relación, la importancia
que cobraría doña Marina no sería visible hasta la Semana Santa de 1519, cuando
llegaron hasta la población de San Juan de Ulúa, donde fueron recibidos por los
emisarios del emperador y dueño de aquella región Moctezuma
Fue inútil tratar de hacerse entender, debido al
desconocimiento del lenguaje hablado por los indígenas. Y la misma suerte
corrió Jerónimo del Aguilar, que había vivido años entre los indios de Yucatán,
donde aprendió maya y desde luego aquella lengua nada se parecía a lo que
aprendió
La lengua en la que hablaba Moctezuma era en náhutl. Cortés
no sabía qué hacer, así que pensó si doña Marina, que aún no hablaba
castellano, podría hacerse entenderse. Y así fue, la muchacha hablaba en
Náhuatl se lo decía en maya a Jerónimo y este se lo decía en castellano a
Hernán
Gracias a doña Marina, Hernán respiró tranquilo sabiendo que
aquellos indígenas eran o parecían gentes de paz, y encima con regalos, de
parte de Moctezuma, que no las tenía consigo al ver los rostros cubiertos de
pelos.
Fue en aquel preciso momento, en el cual Hernán Cortés, se
dio cuenta de la valía de su amante y la facilidad de esta, en cuanto a su
facilidad con los idiomas.
Si sabia dos podía saber otro más, así que hizo todo lo
necesario para que doña Marina aprendiese el castellano, y a fe que lo consiguió,
otro obstáculo fuera del camino, claro que, con su aprendizaje, dejase sin
trabajo al bueno de Jerónimo de Aguilar, bueno lo dejase en un segundo plano.
Y a doña Marina tres trabajos más, consejera, secretaria e intérprete,
algo totalmente anómalo en su época. A parte del mismo que hacían las mujeres
indígenas que acompañaban a los conquistadores …concubina y cocinera Algo
sumamente extraño en la época.
Bernal Díaz del Castillo vallisoletano, conquistador y
cronista español, en todos los textos en los que apareciese este personaje,
todo es alabanzas: «En las guerras de Nueva-España, Tlascala y México fue tan
excelente mujer y buena lengua, como adelante diré, que a esta causa la traía
siempre Cortés consigo». Aunque no se quedó solo en eso, pues también afirmó
que su ayuda supuso «el gran principio para nuestra conquista» e hizo que la
prosperidad llegara al ejército de Cortés.
El conquistador, por su parte, afirmaba que no podría haber
«tratado con los indios» sino fuese por ella y que era su gran «faraute»
(aquellos que interpretan las verdaderas intenciones de dos interlocutores que
hablan una lengua diferente). Garvi es de la misma opinión: «Respondiendo a la
confianza que se había depositada en ella, supo trasladar a los pueblos
precolombinos de México los puntos de vista de los conquistadores españoles».
Las tres traiciones
Pero... ¿Por qué se considera a doña Marina (posteriormente
«La Malinche») una traidora a su pueblo? ¿Por qué, hoy en día, se tiene un
recuerdo de ella más que negro en México? Las razones son varias. Para empezar,
la amante de Cortés no tenía problemas en cargar contra los dioses indígenas
como forma de desprestigiarlos. Con todo, algunos escritos posteriores
recogidos por Rosa María Grillo (de la Universidad de Salerno) en su dossier
«El mito de un nombre: Malinche, Malinalli, Malintzin», afirmarían que terminó
criticando severamente el cristianismo. Aunque, como señala la experta, es
posible que dichos informes fueran redactados después de la época colonial para
tratar de que el personaje fuera más admitido a nivel social.
La segunda traición de doña Marina está documentada y se
produjo en la ciudad de Cholula. Según explica el historiador Christian
Duvergeren su libro «Hernán Cortés, más allá de la leyenda», los soldados del
conquistador llegaron a esta región en octubre de 1519 junto a un ejército de
unos 100.000 indígenas que se habían aliado con ellos. Los políticos (enviados
por Moctezuma) recibieron con las puertas abiertas a los españoles, aunque no
permitieron que el grueso de los aliados accediese a la urbe. ¿Sospechoso?
Desde luego, pero el conquistador no andaba precisamente para desechar ayuda ni
simpatías ajenas. A los pocos días la estancia se convirtió en enigmática, pues
los emisarios empezaron a mostrarse distantes.
El enigma continuó hasta el 17 de octubre. Durante la noche
de aquel día, Garvi afirma que una noble anciana de la zona se las ingenió para
llegar hasta donde dormía «La Malinche» y le desveló que había 2.000 guerreros
preparados en el interior de la ciudad para pasar a cuchillo a los españoles.
La avisó con el objetivo de que se casara con su hijo. «Doña Marina la escuchó
atentamente al mismo tiempo que procuraba mantener la calma, preguntando a la
vieja india sobre los detalles de la conjura», señala Garvi. Posteriormente,
doña Marina se excusó ante la anciana... y fue a contarle todo a su querido
Hernán, quien no dudó un segundo y arremetió contra sus enemigos a base de
espada y caballo.
«A la mañana siguiente, las mujeres y los niños, que habían
sido evacuados en previsión del asalto, regresan. No hay alegría alguna en el
triunfo español; el propósito de Cortés no era verter la sangre de los indios.
Contrariado, hará levantar una cruz en la cúspide de la gran pirámide y
trabajará en la reconciliación con Tlaxcala y Cholula, que se habían enfrentado
a causa de su presencia», completa, en este caso, Duverger. Según parece,
Moctezuma había cambiado de opinión y ahora consideraba que los españoles no
eran bien recibidos en su palacio.
«Para evitar la humillación de verse cautivo, Moctezuma
ofreció como rehenes a uno de sus hijos y a dos hijas, pero chocó con la
determinación del caudillo»
La tercera traición de «La Malinche» se produjo cuando, tras
llegar a Tenochtitlan (la capital del imperio y donde residía Moctezuma) Cortés
se entrevistó con el mismísimo emperador. Según señala Francisco Martínez Hoyos
en su obra «Breve historia de Hernán Cortés» aquel día el conquistador culpó al
hombre más poderoso de los aztecas de perpetrar un ataque contra sus hombres en
la costa.
Este se lo negó, y se propuso hallar a los culpables y castigarles.
Pero aquello no fue suficiente para el español, quien ordenó apresarle y advirtió
que, en el caso de negarse, sería ejecutado allí mismo.
«Para evitar la humillación de verse cautivo, Moctezuma
ofreció como rehenes a uno de sus hijos y a dos hijas, pero chocó con la
determinación inflexible del caudillo. En cierto momento, preguntó a la
Malinche qué había dicho uno de los capitanes castellanos, que se estaba
poniendo nervioso y quería cortar por lo sano. La intérprete aprovechó para
convencerlo de que más le valía obedecer si deseaba seguir con vida», determina
el escritor galo. Al final, el emperador pasó por el aro, pero aquellas
palabras le valieron a la «lengua» su tercera traición a su pueblo, así como su
futuro odio eterno.
El mujeriego Cortés
¿Cómo era realmente la relación entre doña Marina y Hernán
Cortés? La mayoría de autores coinciden en afirmar que los dos llevaban su amor
en el más estricto secreto. Garvi, por su parte, añade que Cortés estuvo
totalmente enamorado de ella en los primeros años. Ambos incluso llegaron a
tener un hijo: Martín Cortés, nacido en 1522 y posteriormente desterrado a
España.
De hecho, en una ocasión estos sentimientos casi le costaron
entrar en conflicto con algunas tribus de indígenas. «Mientras Cortés intentaba
convencer a los tlaxcaltecas para que se unieran a su lucha, como gesto de
buena voluntad sus futuros aliados le ofrecieron cinco jóvenes indígenas que
habían aceptado ser bautizadas. Una de ellas era la hija de un viejo cacique
que no dudó en entregársela a Cortés para que la tomase como esposa», determina
el autor español.
Cortés, sin saber qué diantres hacer, acabó entregándosela
en matrimonio a Pedro de Alvarado, a quien -según dijo para relajar la
situación- consideraba como su hermano. Al final, todo se solucionó.
La relación oculta entre ambos se mantuvo hasta meses
después. Todo ello, a pesar de que Cortés tenía una esposa esperándole. Sin
embargo, repentinamente las muestras de cariño se transformaron en desidia. Y
la desidia, en rechazo. De hecho, el conquistador no tardó en empezar a
amontonar nuevas conquistas amorosas y en ser considerado todo un mujeriego
(sin tener problema en que sus conquistas estuvieran o no casadas). Al final,
olvidada y despechada, Aquel fue el final de lo que, durante años,
había sido una bonita historia de amor.
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