La era Victoriana,
comprendida entre 1837 a 1901 durante el reinado de la reina Victoria I de
Inglaterra, estuvo llena de creencias que hoy damos por descabelladas, pero que
para la época eran aceptadas como verdades casi absolutas.
Una de ellas, por muy
extraño que parezca ahora, es que al viajar en tren se corría el grave riesgo
de perder la cordura y volverte loco.
Descubramos la historia
detrás del motivo por el que las personas estaban convencidas de que esto era
real. Para los victorianos, al viajar en tren era muy posible que perdieras la
cabeza
El término (locura
ferroviaria), durante el reinado de Victoria I en Inglaterra, se transformaba
en un verdadero quebradero de cabeza para aquellos que tenían como único medio
de desplazarse en tren, uno de los métodos de transporte más comunes en ese
entonces.
Supuestamente, se creaba
algo en los ferrocarriles y trenes de Inglaterra que hacía que los pasajeros, en
especial en los hombres, para que comenzaran a actuar de manera extraña y
descontrolada.
A través de los años se
manifestaron numerosos casos de extraños ataques y conductas con tintes de
locura en los vagones de los trenes que viajaban por el imperio británico.
En enero de 1865 se informó
que, en un viaje en tren desde Carnforth a Liverpool, un hombre empezó a reírse
como loco y a realizar travesuras impredecibles.
Armado con una
pistola, comenzó a romper las ventanas para llegar a los otros asustados
pasajeros, todo esto, fuera de control.
Cuando el tren paró en Lancaster, el
hombre de repente se calmó. Pero cuando el tren
empezó a rodar de nuevo, su agresividad regresó. El movimiento del tren era lo
único que parecía estar relacionado con el comportamiento extraño del hombre.
Su estado de ánimo cambiaba de una parada a otra.
Este no fue el caso
más extraño de “locura ferroviaria” del que se informó durante la era
victoriana en Gran Bretaña.
Entre las décadas de
1850 y 1860, los trenes se volvieron más populares y permitieron a los viajeros
moverse con una velocidad y eficiencia sin precedentes, reduciendo eficazmente el
tiempo de viaje. Pero según los victorianos más asustadizos, estos logros
tecnológicos llegaron con un precio: la salud mental de algunos pasajeros.
Los académicos Edwin
Fuller Torrey y Judy Miller escribieron en “La Plaga Invisible: El alza de las
enfermedades mentales de 1750 hasta el presente”, que los trenes “lesionaban el
cerebro”.
En particular, se decía que el movimiento del
tren perturbaba la mente y conducía a las personas sanas a episodios de ira y
estallidos violentos.
Entre las décadas de
1860 y 1970, comenzaron a surgir informes sobre el extraño comportamiento de
los pasajeros en los ferrocarriles.
Resonó entonces el
caso de un aristócrata escocés que se despojó de su vestimenta a bordo de un
tren para luego “inclinarse por la ventana” hablando sin sentido y delirando.
Después, al bajarse del tren, recuperó repentinamente su compostura.
La profesora
Amy-Milne Smith, historiadora cultural de la Universidad Wilfrid Laurier,
señala que “los locos de los ferrocarriles probablemente hoy serían diagnosticados
con manía“.
Los ferrocarriles
parecían causar ansiedad y preocupación por posibles estallidos de locura
debido al ruido y la naturaleza impredecible de los ferrocarriles.
También había creencias dentro de la profesión
médica sobre las vibraciones del vagón de ferrocarril, que según afirmaban,
podían tener un efecto desastroso en los nervios de las personas. Y era
imposible predecir quién podría ser el que se volvería loco.
Como resultado, los
ferrocarriles se asociaron con la locura. Finalmente, el escándalo causado por
los problemas de salud mental detectados en los ferrocarriles y los “locos
ferroviarios” se desvaneció tan inexplicablemente como apareció.
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