Según
ustedes vayan leyendo, cada vez estarán más que alucinados por un suceso
acontecido el 17 o el 21 de septiembre de 1788, la llamada Batalla de
Karánsebes
Todo
empezó cuando unos 100.000 soldados austriacos, no todos, pues había, serbios,
croatas, eslovenos, húngaros, rumanos o italianos reclutados, que, por hablar
diferentes idiomas, fácilmente, que no se podrían entender entre sí, acampar en
Karánsebes, una localidad de frontera con el territorio de los turcos que forma
parte de lo que hoy es Rumanía.
¿Y
qué hacían allí aquellas tropas? Es que
el emperador José II de Austria, que era aliado de la Zarina de Rusia, tenía la
esperanza de forzar un encuentro con las tropas turcas del Gran Visir que se
dirigían a su encuentro y que se creían ya próximas al ejército austriaco.
Como
el enemigo, con el sultán Abdulhamid I a la cabeza, se dirigía a la fortaleza
de Vidin, el Emperador había dispuesto que sus tropas combatiesen con las
turcas en los alrededores de Timisoara, bloqueando el paso en el río Timis.
El
monarca, poco ducho en estas lides, dejó de lado a un mariscal
de apellido Laudon, porque su edad era provecta, a pesar de que había
logrado pequeñas victorias locales para los austriacos, para reemplazarlo por
el mariscal Laczy, que, como su emperador, no tenía experiencia en las
confrontaciones y que poseía un carácter dócil y nada aguerrido
Lo
primero que se hicieron los oficiales, Fabius y Lienchenstein, entre otros fue mandar
a una unidad de caballería ligera, a explorar la zona al otro lado del
río. Esta. simpatizó con la población de
Karánsebes
Para
festejar que no encontraron ni localizaron ningún turco por las inmediaciones
de la ciudad, compraron unos barriles de licor que vendían unos gitanos valacos
en su campamento y organizaron allí una fiesta que para si la hubiese deseado
el dios Baco, o un sarao de veranito organizado por la jet set
Pasado
un tiempo prudencial, desde el campamento base, y al ver que la caballería
húngara no regresaba, se envió un contingente de infantería, que al llegar y
observar el festuchi organizado, se unió a la fiesta, sin ser invitados, pero …
pero los húsares que ya tenían un colocón, pedal, chispa, curda, merluza o
castaña, se negaron a compartir el licor.
Se
supone que los que no estaban borrachos del todo, fueron los que construyeron
barricadas en torno a su preciado tesoro. Aquello no gustó nada a los infantes
que comenzaron a pelearse. La pelea finalizó cuando sonó un disparo al aire
Aquello
dio paso a que los rumanos creyesen, que el disparo fue hecho por un
francotirador turco, comenzando a gritar en su idioma. "¡Turcii!
¡Turcii!", "¡Los turcos!". Ni que decir tiene que los húsares más
que correr volaban. Mientras que los de infantería no sabían por dónde escapar.
Pero
lo mejor fue la brillante idea que tuvo uno de los oficiales austriacos al
gritar ¡¡Halt Stehen bleiben!! (¡Quédense donde están! ¡Alto!) intentando poner
orden. O sea que se armó la gorda, porque
los soldados creyeron oír "¡Alá!", el grito de guerra de los otomanos,
y el desconcierto se acrecentó.
Como
cuando las cosas están por irse de las manos, lo hacen, y es que en aquel
momento llegaron otros grupos de tropas. Como no estaban muy cerca, un oficial
de caballería observó como los húsares daban vueltas alrededor del revuelto
campamento, así que no tuvo la menor duda que se trataba de un ataque de la
caballería turca.
Cargando
con el sable en la mano gritó ¡¡ Al ataque, todos contra el enemigo!! Y
cargaron contra todo lo que se movía, que no conocían, claro, ejecutaron las
órdenes que les había dado.
Pero
poco sospechaban que, desde otro punto, un cuerpo de artillería les estaba
observando, les confundieron con turcos y comenzaron a abrir fuego contra ellos.
En
medio de aquel desbarajuste, los soldados se desperdigaron en pequeñas bandas,
las cuales que disparaban a todo lo que se movía, pensando que estaban rodeados
por todas partes por los otomanos.
Se
cuenta que José
II, convaleciente de su enfermedad, ¿posiblemente de la malaria o la disentería
que había acabado con decenas de miles de hombres?,(pues no, de una dolencia
pulmonar), dormía en su carro.
Aturdido
por la somnolencia y los medicamentos, (otros autores dicen que dormía
plácidamente, un poco difícil debido al estruendo y la algarabía), trató de
averiguar qué estaba ocurriendo. Con la ayuda de un asistente, subió a su
caballo mientras una masa dominada por el pánico corría hacia él.
Lo
cierto es que no llegó muy lejos, arrollado por el tumulto, José II fue echado
a un lado. El monarca austriaco fue derribado de su caballo y terminó cayendo
al río.
También
se dice que: empapado José II llegó hasta una casa de Karánsebes, donde pudo
ser rescatado por su guardia personal, pudiendo contemplar con espanto como su
ejército se autodestruía mientras el sol se ponía en el horizonte.
Mientras
que otros apostillan, que después de ser derribado por su caballo, nadó como
pudo hasta la orilla, donde contempló aterrado como sus propios hombres se
matan entre sí
El
Gran Visir, el
sultán Abdulhamid I, llegó dos días después al lugar donde se suponía que iba a
enfrentarse al ejercito austriaco, su sorpresa fue grande cuando se dio cuenta
que el trabajo ya estaba hecho.
Por
desgracia 10.000 hombres yacían muertos por el fuego de artillería, los sables
y .la lucha cuerpo a cuerpo, entre propios compañeros. Los turcos tomaron la
ciudad de Karánsebes.
A esta batalla, la Historia la conoce, como la
mayor derrota autoinfligida de la Historia.
El
emperador José II, que moriría un par de años después, mandó poner en su
epitafio: “Aquí yace José II, que fracasó en todo lo que emprendió”.
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