¿A quién no le
gusta un dorado y crujiente pan? Bien para acompañar a un solomillo. A un plato
de lentejas o a un rico bocata de ese jamón de bellota que está diciendo
¡cómeme!
Por eso nadie se imagina un menú sin el consabido
panecillo para acompañar la comida, pero mejor en el caso de quien o quienes lo
recibían… y no pagaban.
Este pasadizo lleva ese nombre a la buena costumbre que
tenía el cardenal -infante y arzobispo de Toledo y Primado de España, Luis de
Borbón y Farnesio, que, con solo 8 años, llevada todos estos nombramientos.
Tendremos que decirles que este regio personaje, fue el
hijo varón menor de los reyes de España Felipe V e Isabel de Farnesio, al que
no le corresponde, ni podía aspirar a ningún trono. Por lo visto, su madre Isabel,
tiene el don de “colocar” a todos sus hijos, de la mejor manera posible y a Luis
le destina a la carrera eclesiástica
Luis de Borbón y Farnesio llegó a ser cardenal de Santa
María de Scala. 1741 y ocuparía el arzobispado de Sevilla. Desde luego su carrera,
fue de lo más lucrativa y provechosa, claro que existía lo que nadie
sospechaba, que el Infante no tiene vocación ninguna por estos asuntos
eclesiásticos, abandonando su muy excelente posición dimitiendo de todos sus
cargos.
Así que los reyes le obligan a casarse con María Teresa
de Villabriga, uno de los vástagos del matrimonio formado por el noble aragonés
José Ignacio de Vallabriga y español, y por la aristócrata Josefa de Rozas y
Drummond de Melfort, de raíces y familia jacobitas.
Este matrimonio determinaría su destino, pues estaba
ligado con la pragmática (Ley) de Carlos III sobre matrimonios “desiguales”,
privando a su descendencia, en virtud de la referida pragmática, de cualquier
perspectiva sobre la Corona y hasta del derecho a utilizar el apellido Borbón.
La documentación que subsiste nos lleva a deducir que
ni a Carlos III ni a Carlos IV se les informó del lejano parentesco de Teresa
con la Familia Real de los Estuardos, como bisnieta de John Drummond, I duque
de Melfort.
Aquel matrimonio fue una fuente permanente de
sinsabores para la joven Teresa, que tuvo que seguir a su ya avejentado marido
en el peculiar exilio que lo mantuvo recluido en sus posesiones de Velada y
Arenas de San Pedro.
En 1785 fallece Luis y Carlos III separó a Teresa de
sus hijos, encomendando su educación al arzobispo primado de Toledo, Francisco
Lorenzana.
Pero quizá la deseada o no deseada muerte de Carlos III
no puso fin al virtual destierro de Teresa. De los siete años que pasó en
soledad aquella rica viuda sola y rica en Arenas de San Pedro y en Velada, sólo
se sabe que tuvo una gran “debilidad de cabeza”, expresión que probablemente encumbraba
una depresión.
En el verano de 1792 pidió y obtuvo licencia para vivir
donde quisiera. Marchó entonces a su ciudad natal, Zaragoza, no sin visitar
antes a sus hijos, en Toledo.
Pero es de recibo continuar con la historia, donde
hemos dejado a Luis siendo aún un niño de 8 años. Pues bien, Luis cada día,
daba un panecillo a los mendigos que acudían a una de las ventanas de dicho palacio,
con la única condición de que antes hubiesen escuchado misa
Como aquella practica decían que era escandalosa, la
suprimieron, y al pasadizo le pusieron verjas, por ambos lados, para evitar en
allí se pudiesen esconder los mendigos.
Este estrecho pasadizo comunica las calles de la Pasa
con la de San Justo, a espaldas del palacio arzobispal de Madrid y junto a la
iglesia pontificia de San Miguel. El pasadizo tiene forma de recodo y en su
interior hay una fuente y unos árboles.
Desde el año 1829 se toma la decisión de cerrarlo al público,
ya que, hasta entonces, los delincuentes hallaron en este pasadizo, gracias a
su poca iluminación y su sinuoso trazado, un escondite ideal para asaltar a
quienes paseasen por sus inmediaciones aprovechando la oscuridad.
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