Nos encontramos en Nazaret. En aquella bella ciudad vivía José con su familia, su esposa María y su pequeño hijo (5 años) Jesús.
María iba dos veces a la semana, a casa de una amiga, que,
gracias a su esposo, un hombre que para las flores era un verdadero maestro,
tenían un jardín no muy grande, ni muy pequeño.
Un día, Moshé, cuando regresó de uno de sus viajes, a
otras ciudades, trajo a Hannah, unos esquejes – Son de rosas. Esperemos a que
acepten nuestra tierra, nazcan y crezcan-.
Y así, poco a poco, el resto de las flores, observaron
con asombro, aquellas flores tan bellas, que iban apareciendo – Deben ser muy valiosas,
pues el amo les cuida con mucho amor.
Eso hizo que los rosales se irguiesen jactándose, de su
hermosura y mirando al resto de las plantas, con desdén
Una mañana, María acompañada por Jesús llegaron a la
casa de Hannah, que con orgullo mostró su rosal - ¡Qué bonitas que son! -
contestó María.
Mientras las dos mujeres hablaban, el niño Jesús se
acercó a las plantas. Pero el pequeño tropezó. ¡Al punto todas las flores se
unieron formando un manto que evitó que Jesús se golpease contra el suelo! .
Bueno, todas no, ya que los rosales no estaban dispuestos a que sus rosas
perdiesen sus pétalos.
Poco a poco la figura brillante de un hermoso joven,
ayudó al niño a levantarse mientras que miraba a los rosales – Cómo castigo,
por no haber cuidado al pequeño, vuestras plantas tendrán espinas, tan afiladas como
vuestros corazones.
Y así fue , el porqué, los rosales tienen espinas.
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