Esta historia tiene como personajes a D. Pedro y Dª
Inés, la hermosa garza, una historia que transcurriría en el agitado Portugal
de principios del Siglo XIV.
Ellos únicamente querían amarse, no obstante, el
destino les convirtió en ser actores a la ve que víctimas de la complicada política
ibérica; que, por aquel tiempo aún más ambigua debido a la participación de los
reinos peninsulares en la guerra de los Cien Años, comenzada en 1337.
Posiblemente, en seis siglos cabe la posibilidad, de
que dicha historia tenga agregada alguna escena de incierta autenticidad. Pero de
la historia, de dicho romance, la parte principal del romance está acreditado con
rigor, que no necesita, ningún relleno ni fruslerías, para contarles este amor
rodeado de una aureola de tragedia que a uno no le deja indiferente
ELLOS SON LOS PRINCIPALES PROTAGONISTAS DE ESTA
HISTORIA
Dª Inés de Castro La heroína de nuestro relato.
Gallega de nacimiento, pues viene al mundo en la
comarca de Limia, en la actual provincia de Orense, tierras de la profunda
Galicia.
Fue hija natural de Pedro Fernández de Castro y Aldonza
Soares de Valladares; su destino estuvo en gran parte marcado por los orígenes
familiares. Al ser biznieta de Sancho IV de Castilla, resultaba prima segunda
de Pedro I. Sus dos hermanastros, hijos legítimos del padre, participan en
numerosas revueltas palaciegas que influyeron en el desenlace fatal.
Pierde a su madre siendo muy niña, por lo que fue
enviada al castillo de Peñafiel (Valladolid), donde creció en compañía de
Constanza Manuel, destinada a ser su dama de compañía. Quien acompañará a su
señora y amiga a la corte lusitana donde debe reunirse con su marido, el
príncipe Pedro.
El Príncipe heredero, D. Pedro, un personaje ¿Héroe o
villano? Lo cierto es que no es fácil aclararse, puesto que la Historia lo
recuerda con los apelativos de “El Cruel” y también “El Justiciero”.
Antes de sus desposorios, en 1329 se pacta sus
esponsales con la princesa Blanca de Castilla; cuya unión nunca se consumó, al parecer,
por impedimento físico y mental de la novia por lo que el vínculo fue anulado.
En 1334 se acuerda una nueva boda con Dª Constanza Manuel.
Nadie podía imaginar el trágico desenlace de la unión.
El Rey de Portugal, D. Alfonso IV, “El Bravo” El
malvado del romance. Dueño de vidas y haciendas no vacila en eliminar cuanto se
interpone en sus deseos.
Hijo de D. Dinis y la reina Santa Isabel. Se casó con
la infanta Dª Beatriz, hija del rey Sancho IV de Castilla. El perfil de Alfonso
era de temperamento belicoso, por lo cual, las crónicas de entonces, dicen, que
estuvo en continuo enfrentamiento con padre, hermanos y hermanastros y que con
la vecina Castilla mantuvo innumerables guerras.
Según los usos de la época, la consiguiente “paz perpetua” era sellada con bodas reales. Además de la propia, los dos casamientos que concertó para su heredero, fueron con sendas nobles castellanas.
La Princesa Constanza Manuel fue la víctima inocente de
la fatalidad. A pesar de intentarlo, no pudo evitar la infidelidad de su
marido.
Cuando sólo contaba cuatro años, su padre, el Infante
D. Juan Manuel II, intentó convenir su casamiento con el rey de Castilla, Alfonso
XI; fracasado en su ambición, vuelve la mirada hacia el entonces príncipe Pedro
de Portugal, esta vez con éxito.
La boda se realiza por poderes y cuatro años más tarde
marcha a Lisboa a reunirse con su marido, propiciando de manera inocente el
drama que nos ocupa.
La tragedia se masca alrededor del año 1338, fecha en
que la comitiva nupcial de Dª Constanza Manuel hace su entrada en la corte
lusitana. La ceremonia religiosa se celebra en la Catedral de Lisboa, oficiada
por el propio arzobispo, con la pompa que exige el rango social de los
contrayentes.
Y las crónicas, ya relatan, que, desde el primer
encuentro, D. Pedro bebería los vientos por Dª Inés, a quien describen como:
“bellísima, de esbelto cuerpo, ojos claros a la bella garza”. Se desconoce, en qué
momento, con exactitud, el momento en el que, nace la pasión entre ambos
jóvenes, aunque debió ser con relativa presteza. Lo confirmaría una anécdota
ocurrida en 1343.
Constanza urde una estratagema para separar a los
enamorados; designa a Inés madrina del recién nacido infante D. Luis, confiando
en que el parentesco espiritual así adquirido indujese a los amantes a poner
término a la relación.
No se sabe si el artificio surtió efecto, la fortuna,
una vez más, se muestra esquiva con la princesa. El infante muere a los pocos
meses y el romance continúa.
Ante el giro de los acontecimientos, el rey decide
actuar con energía. Destierra a Inés de Portugal, confiando en que la
separación física de los amantes mitigue su ardor.
La maniobra surte poco efecto. En espera de tiempos
mejores, de acuerdo con D. Pedro, la novia busca refugio en el castillo de
Albuquerque, pequeña localidad extremeña a la vista de la frontera portuguesa.
Aquello era un
escándalo y, ante el cariz de los acontecimientos, el rey Alfonso IV desterró a
doña Inés de Portugal, confiando en que la separación física de los amantes
mitigara su pasión, pero la estratagema surtió escaso efecto. En espera de
tiempos mejores, de acuerdo con don Pedro, la novia buscó refugio en el
castillo de Alburquerque.
Estamos en el año 1345, por más señas, en el mes de
octubre, doña Constanza había fallecido al dar a luz al dar a luz al infante
don Fernando. Pedro, ya era libre, así que hizo que Doña Inés regrese del exilio.
Después lejos de la Corte, al norte de Portugal, fueron felices y allí nacerían
los infantes don Alfonso, don João, don Dinis y doña Beatriz.
Para los seis, fueron días felices, pero tiempo después
retornaron a Coimbra, fijando su residencia cerca del convento de Santa Clara,
en una finca ubicada en las laderas del valle que baña el río Mondego. Aquel solar,
donde se habían asentado, tras los terribles sucesos es conocido por “Quinta
das lágrimas”.
Ni Pedro ni Inés, esperaban que su suegro y padre de su
amante, Alfonso VI, estaba dispuesto a casar a su hijo por tercera vez, y con
una princesa de sangre real, Pero Pedro no estaba para la labor porque el único
hijo legítimo de don Pedro, el futuro rey Fernando I de Portugal, era un niño
frágil, mientras que los bastardos de doña Inés de Castro eran más robustos.
Si el infante moría, sin duda reclamarían sus derechos
a la Corona, sumergiendo al reino en nuevas calamidades.
La negativa de don Pedro a las exigencias de su progenitor,
se transformaron en odio y doña Inés, fue vista como un obstáculo aparentemente
infranqueable. Únicamente la muerte podía separar a los enamorados, de modo
que, en consejo celebrado en el palacio de Montemor-o-Velho, don Alfonso dio su
conformidad al asesinato de la infortunada enamorada.
Nada de raptarla, nada que levantase las sospechas de
Pedro, la ejecución se llevaría a cabo, en Coimbra, en su propia casa, claro
que solo se podría conseguir aprovechando alguna ausencia de don Pedro. El rey
mandó llamar entonces a doña Inés, al parecer, para comunicarle la sentencia
fatal.
Inés no fue sola, lo hizo acompañada de sus cuatro
hijos, pidiendo clemencia y Alfonso le autorizó a su residencia.
Pero pronto, el rey, cambió de opinión ordenando a tres cortesanos a cumplir su orden, asesinarla.
Otras fuentes no recogen esta entrevista y sugieren que
el veredicto se ejecutó nada más pronunciado. Así, Pedro Coelho, Álvaro
Gonzales y Diego López Pacheco se habrían dirigido al monasterio de Santa
Clara, próximo a la Quinta das lágrimas. Aquí, en el jardín de la residencia y
en presencia de los niños, degollaron a doña Inés el 7 de enero de 1355.
Don Pedro, sin pensárselo mucho, echó a la culpa a su
padre de aquel vil asesinato, por lo que, ayudado por los nobles que les eran leales, inicio una
revuelta contra él, llegando a sitiar Oporto, por lo que la reina doña Beatriz,
interviene para conseguir si no la reconciliación, por lo menos la paz entre
ambos contendientes, que se formalizó en
Canaveses en 1355.
Por este acuerdo, el Rey delegaba una parte importante
de sus responsabilidades en el heredero, quien, a cambio, deponía las armas,
prometía olvidar el pasado y perdonaba a todos los implicados en la conjura que
había acabado con la vida de su amada doña Inés.
Apenas un año después del crimen, en 1356, doña Teresa
Lourenço daba un nuevo hijo a don Pedro, el futuro João I. Un año más tarde
murió Alfonso IV y el heredero pasó a ceñirse la corona; entonces decidió dar
curso a una venganza largo tiempo acariciada.
De momento en el punto de mira de recién elegido rey,
se encontraban los asesinos de doña Inés, que por recomendación del rey cuando
estaba moribundo, se habían exilado a Castilla.
Don Pedro negoció con el rey castellano –que tenía el
mismo nombre y similar apodo, Pedro I El Cruel o El Justiciero– intercambiar
los tres verdugos por algunos refugiados en Portugal. Así, Coelho y Álvaro
Gonzales volvieron al reino; Diego López Pacheco, más afortunado, cruzó a
tiempo la frontera con Aragón y de allí pasó a Francia, donde había de perderse
su rastro.
Don Pedro, había mandado preparar en el palacio de
Santarém un fastuoso banquete al que asistirían, otros cortesanos, mientras que
las víctimas eran amarradas a sendos postes de suplicio y cruelmente
torturadas. Luego, el rey ordenó al verdugo arrancarles el corazón y se aplicó
a morder las vísceras con fruición. La venganza es un plato que se come frío;
sin embargo, en este caso se saboreó muy, pero muy caliente.
https://historiaybiografias.com
https://es.wikipedia.org/wiki/Pedro_I_de_Portugal
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