Su primer abogado defensor –de oficio–, el letrado catalán Juan Antonio Roqueta
Quadras-Bordes, dijo que si saliera en libertad “no tardarían en aparecer, a las pocas horas, cuatro o cinco cadáveres”.
Para otros tiene el dudoso honor de ser
considerado el mayor asesino en serie de la historia de España
«Primero
fue “el hijo del arropiero” y luego se quedó con el mote. Manuel Delgado
Villegas nació en Sevilla el 25 de enero de 1943. Su madre, que contaba
entonces 24 años, murió al dar a luz, por lo que él y su única hermana,
Joaquina, fueron criados por su abuela.
El Arropiero
presentaba entonces un aspecto muy singular: corpulento y atlético,
caracterizaba su rostro con un inconfundible bigote a lo “Cantinflas”, en
homenaje al que era su personaje más admirado.
Los
años iban pasando, y la vida de Villegas continuaba igual, sin cambios, hasta que,
en el año 1961, ingresó en La Legión, y fue allí donde aprendió un golpe
de cuello, el cual utilizaría tiempo después para matar a cualquier ser vivo
que se le pusiera delante.
PERFIL
El
Arropiero era un tipo muy primitivo, por si fuera poco, sufría de
esquizofrenia paranoide, era alcohólico, le gustaba la necrofilia, también
padecía epilepsia, y además tenía una desviación que le provocaba un aumento de
testosterona anormal, que todavía lo hacía más violento.
También
comentamos que padecía un retraso mental.
Ni siquiera
podemos olvidar que en los 60, era más fácil saltarse la ley, que en la actualidad
y si no lo hacías de igual manera, tendrían muchas dificultades para
descubrirte
Incluso,
alguno de sus abogados asustados por su extrema violencia, llegó a decir "si mi cliente saliera algún día
en libertad, a las 4 horas aparecerían 5 cinco cadáveres nuevos".
A
este tipo llevarle la contraría simplemente por decirle que no fumabas, ante la
petición de un cigarro, podía llevarte al campo santo, pues reaccionaba con una
violencia desproporcionada.
El
criminal nace, no se hace, defendía Cesare Lombroso a finales del siglo XIX.
Los asesinos y violadores en serie no son XX ni XY en el cromosoma que define
la sexualidad humana. Son XYY. El Arropiero tenía esa anomalía genética.
«En
septiembre de 1970 decidió trasladarse a vivir al puerto de Santa María con su
padre, para ayudarle en la fabricación de arropías(mieles) y vender golosinas
en un carrito por las calles.
Salía con Antonia Rodríguez, una mujer
subnormal, soltera, de 38 años, mucho mayor que él, a la infligía malos tratos,
y que tenía un importante retraso mental
El día del crimen le llevó en moto a un lugar
del campo, solitario, en Galvecito, donde mantuvieron relaciones sexuales, estrangulándole
con los leotardos que la mujer vestía.
Este crimen lleva a dos colaboradores,
policías locales, uno de ellos vecino de la novia del hijo del arropiero, Juan
Barrios Quirós y su compañero Manuel García de Quirós, a la detención del
personaje a manos del Cuerpo Superior de Policía un 18 de enero de 1971 en el
Puerto.
Cuando fue detenido, confesó 47 crímenes
más además del de Paqui, entre ellos el de Francisco Marín, un vecino suyo de
El Puerto que apareció ahogado en el Guadalete, una hippie francesa ciega de
LSD en Ibiza, un millonario barcelonés que había solicitado sus servicios de
chapero, un publicista al que dejó seco de un golpe de karate… De 1964 a 1971.
El Arropiero regaba muerte en su
vagabundeo. La policía pudo comprobar ocho de esos crímenes, dio verosimilitud
a otros 22 y no siguió investigando los demás.
Cuando iba en el coche policial, escucharon
por la radio el caso de un mexicano al que se le atribuían 49 crímenes. “Este
te gana”, bromeó el policía. “Señor inspector” -contestó El Arropiero- “déjeme
libre tres días más. No deje que ese mexicano me gane”.
Pero al Arropiero no se le juzgó por
ninguno de esos crímenes. El Arropiero dio con sus huesos en el manicomio sin
más, escondiéndolo del sistema, eliminándolo en su celda de psicópata. Y así el
bigotillo se transformó en una larga barba.
En la Navidad de 1997 un esqueleto de larga
barba, se refugiaba en las esquinas de Mataró escupiendo sangre. Tenía 58 años,
pero aparentaba mil.
No quería pisar albergue alguno, no quería
volver a estar entre cuatro paredes. Había tenido bastantes paredes de
psiquiátrico en psiquiátrico, de Carabanchel a Fontcalent, de Fontcalent a
Santa Coloma
Estaba libre porque iba a morir. Ya no era
un asesino peligroso, sino un mendigo moribundo. Y moriría días después, en
febrero. En las calles reventarían sus pulmones podridos de nicotina. Acababa
de morir el mayor asesino en serie de la historia de este país.
Tendido en el suelo de una calle de Mataró,
El Arropiero parecía poca cosa. Un muerto poco vistoso para una biografía con
tantos muertos a las espaldas.
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