Le
pusieron Eduardo por su difunto tío y por su bisabuelo el rey Cristián IX de
Dinamarca.
El
nombre de Alberto fue incluido a petición de la reina Victoria, y sus últimos
cuatro nombres: Jorge, Andrés, Patricio y David provenían de los santos
patronos de Inglaterra, Escocia, Irlanda y Gales. Su familia y amigos cercanos
lo llamaron siempre por su último nombre, David
Una
de las primeras niñeras del pequeño Eduardo, antes der presentado a los reyes,
se dedicaba a pellizcarle con saña, así que por su llanto y sus gemidos
llevaban al duque y la duquesa a pedir a la nana que se lo llevara. Cuando los padres se enteraron de lo que
hacía, despidieron a la niñera.
A
pesar de ser el mayor de sus hermanos y de la responsabilidad que recaía sobre
sus hombros como príncipe heredero, Eduardo se había quedado varado en una
especie de eterna adolescencia.
Despreocupado,
y buen vividor, considerado como un joven muy atractivo pasó su juventud
practicando deporte de forma obsesiva, bebiendo de fiesta en fiesta y
manteniendo idilios con mujeres casadas.
Era
perezoso, y poco formado intelectualmente, caprichoso y débil. Él mismo, puso
de moda el famoso cuadro «príncipe de Gales», y sus inusuales corbatas rojas,
era un modelo de elegancia, siempre vestido con los sastres y fracs de mejor
calidad.
Jorge
V estaba decepcionado por el fracaso de Eduardo para salir adelante en la vida
y se le percibía disgustado por sus muchos romances con mujeres casadas. El rey
se mostraba reacio a que Eduardo heredara la Corona y parece que dijo acerca de
Eduardo: «Después de mi muerte, el chico se arruinará en 12 meses».
Lady Furness, una estadounidense, presentó al príncipe a su
amiga Wallis Simpson, de su misma nacionalidad, divorciada dos veces, que pareció entrarle por el ojo derecho .
Aunque insistió firmemente ante su padre, el rey, en que no había intimado con
ella y que no era apropiado describirla como su amante.
Entonces se supo que Eduardo VIII había
pasado las vacaciones en un crucero por el mar Adriático acompañado de su
amante norteamericana
Fue en junio de 1936 cuando se produjo
el seísmo. La familia real ya estaba al tanto, pero los británicos no, y
adoraban a su joven y elegante Rey, recién llegado al trono.
Pero Eduardo, atraído por su fuerte
personalidad y su manera «americana» de recordarle que, aun siendo rey, no
podía conseguirlo todo, empezó a escribirle decenas de cartas al día y a
chantajearla emocionalmente, llegando a amenazar con suicidarse si ella le
abandonaba.
Wallis
cedió. Nunca recibió el tratamiento de Alteza Real, pero, con el tiempo, se
hizo evidente que los privilegios de ser la esposa de un Duque de Inglaterra
eran muchos, aunque entre ellos no figurara exactamente el verdadero amor.
En
lugar de renunciar a su amor por su pareja, Eduardo decidió abdicar. Con un
reinado de solo 325 días, Eduardo fue uno de los monarcas de más corto reinado
en la historia del Reino Unido y nunca llegó a ser coronado. Le sucedió su
hermano menor, Alberto, que optó por usar el nombre de Jorge VI.
El
trauma que supuso la abdicación de Eduardo VIII y la crisis constitucional que
provocó todavía hoy marcan a la familia real británica, donde la culpable de
todo ese embrollo era para “ esa mujer”
como la llamaba la duquesa de York -la
futura Reina Madre
Sin
embargo, el tiempo también ha revelado otra cosa: que la vilipendiada Wallis
Simpson fue la única persona que consiguió, aunque de forma involuntaria, que
un rey incapaz reconociera su falta de cualidades para ocupar el trono.
«
No puedo cumplir mis deberes como rey como querría sin la ayuda y apoyo de la
mujer que amo», afirmó ante la nación en su discurso de abdicación, aquel 11 de diciembre de 1936.
Wallis,
que había viajado a Francia, lloró al escucharlo. Pero ahora se sabe que no lo
hizo porque hubiera deseado ser la reina de Inglaterra. Más bien todo lo
contrario, según ha revelado el examen de sus cartas íntimas.
En
los primeros años de casados, se dejaban acompañar constantemente por un joven
millonario bisexual, heredero de los Woolworth, Jimmy Donahue.
Los
comentarios arreciaron, pero Eduardo y Wallis ya se habían convertido en los
reyes de la «café society», y todo el mundo los quería en su fiesta, de Nueva
York a Saint Moritz y de Montecarlo a Palm Springs.
Su
rutina era desayunar, vestirse y acicalarse para salir a almorzar o jugar al
golf, y luego engalanarse de nuevo para la cena.
Ella
era la mejor vestida, delgada como un palillo, y con las joyas más
esplendorosas, y él creó el «estilo Windsor» con sus mezclas de cachemir y lana
escocesa.
Viajaban,
compraban joyas y coches, fumaban y bebían, y mimaban a sus perros. El tiempo
pasó y su vida era exactamente igual que décadas atrás: lujo, adulación, todo
el tiempo del mundo para ningún propósito.
La
pareja se convirtió en icono más por lo polémico de su relación que por el amor
que se profesaban. Se fueron a vivir a París y, posteriormente, a Bahamas como
Duques de Windsor y murieron juntos: él en 1972 por un cáncer y ella en 19
La
reina Isabel no sería la reina que ha sido sin aquel acontecimiento que la
convirtió de la noche a la mañana en la heredera de la monarquía más importante
del mundo, con solo 10 años.
Nunca
entendió cómo podía un rey dejar de lado sus deberes y siempre culpabilizó a su
tío Eduardo de que su padre muriera joven por el estrés que le causó heredar
una corona para la que no estaba preparado
https://es.wikipedia.org/wiki/Eduardo_VIII_del_Reino_Unido
https://es.wikipedia.org/wiki/Wallis_Simpson
https://www.elindependiente.com/wp-content/uploads/2021/07/eduardo-VIII-wallis-simpson.jpg