📜 Capítulo I — El Retorno
a Tierra
EL rocío era fino
como seda mojada, cayendo sobre el empedrado de Bermeo con la dulzura de quien
ha visto muchas despedidas. Era el año del Señor de 1681, cuando Mendieta el
Pirata, curtido por la sal y las cicatrices del mar, pisaba tierra firme como
quien vuelve de ultratumba. Su embarcación —la Flor de
Izaro— reposaba en el puerto, entre las gaviotas que gritaban historias que
los hombres aún no habían contado.
Con paso firme y capa humedecida , Mendieta se dirigió hacia
Erandio, donde le aguardaba la posada La Dama del Viento, y sus compañeros,
todos marinos de manos duras y corazones entrelazados por tormentas
compartidas. Las copas chocaron, los toneles se descorcharon, pero él,
Mendieta, permanecía sobrio en alma. Bebía, sí, pero no para olvidar, sino para
honrar.
Junto a la chimenea, mientras las llamas dibujaban sombras
en el rostro de los presentes, Mendieta se quedó mirando al fuego. Uno de sus
amigos, el viejo Silvano, de barba trenzada como cuerdas de barco, susurró:
- El capitán , que
perdió a Leyre, la neska que él quería , hace ya, décadas, no volvió a mirar a ninguna mujer de la misma
manera.
Aquella frase, lanzada como un anzuelo al aire, dio vuelta
entre los murmullos y se hundió en el silencio respetuoso de la sala. Porque
todos sabían que Leyre no había sido solo un amor juvenil. Había sido el faro
que lo guiaba. Y cuando la fiebre se la llevó, Mendieta dejó de creer en
puertos seguros. Pero no en el honor.
Respetaba a las damas como se respeta al mar: con reverencia
y reparo. “Más valía una mujer sabia y valiente —decía entre risas y verdades—
que cien letrados sin casa ni rumbo.” Y así, cada vez que desembarcaba, hablaba
con cortesía, evitaba halagos vacíos, y alzaba su copa por las que, como Leyre,
habían sido luz en días de oscuridad.
Y en aquella mirada perdida dirigida a quien sabe dónde, le
trasladó al pasado
Leyre camina descalza, la arena se le escapa entre los dedos
como los minutos que Mendieta quiere atrapar. Él ha encendido una pequeña
hoguera y con una ramita traza en la tierra el mapa de sus sueños —“Aquí, en
esta isla, construiré mi leyenda”, dice. Pero Leyre se ríe, le lanza una mirada
que lo desarma, y con voz serena le dice: “Y aquí, justo en esta esquina del
fuego, pondrás la memoria de quien te amó antes que el mundo supiera tu nombre”.
La noche es suave, y las olas parecen cantar un estribillo
secreto que solo ellos entienden. El pequeño diente de leche , de Mendieta, colgado al cuello de Leyre, brilla
como si respondiera al fulgor del fuego, como si también tuviera algo que
decir.
El recuerdo se levanta como bruma sobre las aguas tranquilas
del norte , y el pirata vuelve a la
realidad, saluda da las buenas noches y se encamina a su casa
Mendieta, el nombre que la costa susurra y que los muelles
respetan, tiene en los pueblos del litoral, a los niños que juegan a ser él y
los viejos bajan la voz cuando lo mencionan. Todos los posaderos saben que, si
Mendieta entra, la noche será buena para sus arcas... pero nadie se atreve a
mirarle demasiado tiempo a los ojos. Porque hay en él un peso que no se deja
ver fácilmente, una sombra que ni la pólvora ni el oro logran disipar.
Cada vez que paga la cuenta con generosidad, lo hace como si
quisiera comprar el olvido… pero el mar nunca olvida. La tristeza vive en los
gestos que no hace, en las historias que no cuenta. La leyenda le exige dureza,
pero su alma sigue buscándola: a Leyre, que ya no está pero cuya voz aún emerge
cuando las gaviotas callan y el oleaje se aquieta.
Quince días han transcurrido, los justos para cumplir los 65
años , y dejar pagado a la neskamea ( criada en euskera) dinero por el cuidado de la casa y el pequeño
huerto, cuyos frutos, como es de ley,
eran degustados por Maialen( variante
vasca de Magdalena)
CAPITULO II LA PARTIDA
Los meses pasaron entre hurtos y reyertas de la que siempre
salió victorioso, ganando en una de ellas a su eterno enemigo nacido en Hendaya
, Zeian Areizmendi "Laburdino"
se refiere al dialecto euskera hablado en Lapurdi, una región histórica en el
País Vasco francés, también conocida como Labourd en francés.
" Cierta noche Mendieta sentado junto a timón , creyó
ver dos estrellas que parpadeaban como dos guiños . Se levantó y se acercó
hasta encontrar donde las vería mejor. En el centro de aquellas dos estrellas
pudo ver una mujer mayor pero no a la que estaba en la otra, solo su sombra.
La mayor se le quedó mirando parecía que estaba asomada a
una venta de un edificio que Mendieta no conocía. Ella se acercó más a la
ventana y le dijo, mi compañera se llama Enara , y yo Laia. Y en futuro lejano
hablaremos de ti, y las dos estrellas desaparecieron dejando a Mendieta aquella
especie de promesa , de que en aquel futuro donde ambas vivirían, le seguirían
recordando
CAPITULO III EL FIN
Una noche más se sienta junto al timón. Esta vez no ve las
estrellas, sino una isla que no está en ningún mapa. La bruma se abre y allí
está la estrella , la de mujer mayor, la
misma que le habló del futuro. Ella sonríe. “Ha llegado el momento”, dice.
“Pero no el de olvidar... el de volver.”
Mendieta cierra los ojos. Y entre las últimas olas que
golpean su barco, escucha una risa. La de Leyre. Ella le espera no como sombra,
sino como puerto. Porque hay viajes que no terminan… simplemente cambian de
viento.
La tripulación de la Flor de Izaro el
barco de Mendieta , está muy preocupada, unas extrañas fiebres se han adueñado
de él. En su camarote el viejo pirata sostiene entre sus manos un trozo de tela
raída, bordado con el nombre de Leyre. Lo aprieta contra el pecho como si en
ese instante pudiera detener el paso del tiempo.
La tripulación guarda silencio. Nadie osa perturbar aquel
momento, pues saben que no es fiebre lo que arde en su cuerpo, sino un fuego
antiguo, el que lo ha guiado durante décadas de travesía. Mendieta, pálido pero
aún soberano sobre sus memorias, abre los ojos y murmura:
—Ella... ha venido a buscarme.
Un leve resplandor entra por la escotilla. Algunos dicen que
es la luna, otros que son las mismas estrellas de aquella noche junto al timón,
parpadearon con una promesa.
El silencio se hace solemne cuando él deja caer su mano, aún
aferrada a ese pedazo de tela. Y aunque su cuerpo ya no responde, el barco
entero siente que no ha partido... simplemente ha regresado.
Epílogo: El nuevo capitán
Con la brisa acariciando las velas, el Flor de Izaro sigue navegando. Las olas mecen
su historia mientras el cuerpo del viejo Mendieta, en un último acto de unión,
ha sido recogido por el mar que fue su hogar.
Sobre cubierta, Aitor —su sobrino— observa el horizonte.
Mendieta siempre le dijo que si él y Leyre hubieran sido algo más que leyenda,
les habría encantado que el timón quedara gobernado por sus manos .
De pronto, Aitor se detiene. Siente algo bajo su pie, se
agacha y lo recoge: es un pequeño colgante, el de Leyre, con el diente de
Mendieta incrustado en su centro. Un símbolo, una promesa, una bendición.
Aitor lo aprieta con fuerza. Ya no es sólo heredero del
barco... es guardián de un vínculo eterno.
LEYENDA ESCRITA POR INDRIANI